El Periódico Aragón

Bares

Osambela Navarro*

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El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos...» y (en París era Richard, no Rick) apuran su amor horas antes de la toma de la capital de Francia en 1940 («¿Ha sido un cañonazo, o es el corazón que me late?»). Ya saben, ella vestía de azul y los alemanes de gris.

Esta vez el enemigo no hace ruido y es mucho más difícil de ver. Está ahí, mata como lo hacen las balas e igualmente obliga a la gente refugiarse en casa, pero es tan minúsculo que apenas tenemos conciencia de su viscosa forma. Y, por su puesto, no queda abierto ni un bar desde donde observar y compartir el desarrollo de esta nueva guerra mundial como sí tienen oportunida­d de hacer los protagonis­tas de la legendaria Casablanca. Los cafés, bares y restaurant­es atraviesan la peor etapa de su historia y con ellos tiene cerrada la persiana un sector vital del que comen miles y miles de bocas, y también una forma de vida, un nexo de unión de la gente, un escenario básico para las relaciones sociales.

Hace muchos años, el fotoperiod­ista definió así al viejo y mítico Bonanza de

«Unos van, otros pasan y algunos viven allí». Ese espíritu es extensible hoy en día a centenares de baluartes de la hostelería zaragozana y aragonesa que se han convertido para muchos en una

La hostelería, esa red que mantiene en contacto a la sociedad, atraviesa el peor momento posible

segunda casa. Ragtime, Café Levante, Praga, Cervino, Bodegas Almau, El Fuelle, Artigas, Marpy... la lista no tiene fin, sobre todo porque en ella brillan con luz propia todos esos bares cercanos, llamados generalmen­te de barrio, que no son sino los poros por donde respira la ciudad.

Cuentan vecinos de la plaza Santo Domingo una leyenda urbana ilustrativ­a: Hace muchos años, cuando murió el propietari­o de uno de los bares de la zona, el velatorio se montó en el propio local. «En el centro, encima de dos mesas, pusieron el ataúd mientras todos nosotros fuimos pasando. A los pies de la caja, su perro lloraba sin parar».

Más allá de los (huecos) mensajes de tranquilid­ad o ficticio optimismo de los responsabl­es públicos, y también de los grandes indicadore­s económicos, del PIB, el IPC, la EPA, el IBEX, el Euríbor, el IESE o cualquier otro conjunto de insoportab­les siglas cuya sola pronunciac­ión produce desasosieg­o, el verdadero termómetro de una sociedad como la nuestra son los bares. Por muy frívolo que parezca decirlo, la normalidad no será una realidad en este país hasta que no podamos volver a entrar otra vez en ellos.

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