Confinados en la calle
Miles de personas duermen al raso en grandes ciudades sin poder salir de un perverso bucle «Estábamos olvidados y seguimos estándolo», dice Juan, que se arruinó en la anterior crisis
Cae la noche y las aceras se acaban de vaciar. Pero no todas. En las grandes ciudades hay ciertos callejones, parques y soportales donde miles de personas siguen durmiendo sin techo. Realizan su confinamiento por el coronavirus en la calle.
«Al final te acostumbras a esto, no es que te guste, pero te acostumbras», explica David, de cuarenta y tantos, con dos hijos adolescentes que viven con sus abuelos. Mientras parece que algo se le ha metido en el ojo, recuerda que hace no tanto tuvo y gestionó con éxito dos restaurantes pero que, desde entonces, no sabe gestionar el alcohol. «No consigo dejarlo», asume honesto y resignado.
Le mira con ternura Magdalena, su pareja, que es rumana y que empezó a aprender castellano viendo en su país telenovelas suramericanas. «Marinela, Natalia…», recuerda nostálgica.
Valencia
Ahora devora libros. «Me he leído tres de Agatha Christie en tres días», presume. «A la calle te trae la vida, las consecuencias de cosas que haces y engaños, que es lo que más duele, explica.
Ambos lo cuentan delante de su casa. Una tienda de campaña reforzada con retales y con un trozo de plástico como techo.
Con la crisis del coronavirus, los ayuntamientos han multiplicado las plazas para personas sin hogar y aunque no hay para todos, la realidad es que hay muchos que no quieren ir a un albergue.
Por raro que suene, para ellos, todos parados, la crisis del coronavirus es, sobretodo, de trabajo. «No hay coches que aparcar», dice Magdalena. «Ni chatarra que recoger», apunta Javier. A cambio, tampoco la Policía les incomoda. «Se están comportando. Si vienen, entran, miran y se van», relata. «Estábamos olvidados y seguimos estándolo», dice Juan, que se arruinó en la anterior crisis.
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