El Periódico Aragón

Optimismo como necesidad

Qué personas son esas que sabiendo cómo podemos vivir mejor solo esperan que pasen cosas para criticar

- ANTONIO MORLANES

Aquellos que me conocen saben que soy un optimista obsesivo, que me levanto por la mañana con la ilusión pegada a todo mi cuerpo y de esa forma procuro continuar el día en el esfuerzo de que alguna de estas se hagan realidad, y si no es posible, no pasa nada, habré aprendido algo y paso nuevo hacia adelante. Pues bien, ese soy yo. Algunos dirán que lo que acabo de describir se conjuga más con un iluso insensato que con otra cosa, no importa, ya tengo suficiente edad para cambiar, y ser así me acoge mejor dentro de mí mismo.

Todo este párrafo descriptiv­o tiene que ver con la situación que estamos viviendo. Llevamos ya muchos días haciendo cada uno de nosotros lo que le correspond­e en el ejercicio de dar fin a esta situación, pero sucede que de repente me he dado cuenta de que vivo en un país en el que mucha gente o alguna, cada uno que la dimensione, siempre tiene la solución y la crítica pase lo que pase. Entonces me pregunto, qué clase de personas son esas que sabiendo cómo podemos vivir todos mucho mejor, solo esperan a que sucedan cosas para hacer la crítica más brutal y decir: «deberían haber hecho esto o aquello y ahora no estaríamos así», a mí me parece, y que me perdonen si estoy equivocado o exagero, que son en el mejor de los casos, egoístas.

Me van a permitir que les exque ponga en qué país vivimos, seguro que dirán que ya lo saben, pero dudo que sea así; les voy a relacionar los diez países más pobres del mundo (por no hacer larga la lista), de más pobre a algo menos pobre: Sudán del Sur, Burundi, Eritrea, Malaui, Níger, República Centroafri­cana, Madagascar, Afganistán, República Democrátic­a del Congo y Mozambique. Miren, entre todos ellos son más de 240 millones de habitantes, es decir 5 veces más que España, con una superficie de más de 7 millones de kilómetros cuadrados, es decir 14 veces más que España, con un PIB de algo más de 305 mil millones de dólares, es decir 4,5 veces menos que España y una renta per cápita media de 1.200 dólares, es decir 25 veces menos que España. Pues bien, una vez comparado esto, creo que sí podemos decir en qué país vivimos. Y si a todo lo relacionad­o añadimos lo que significan otros conceptos como son, libertades, educación, sanidad, justicia…, en definitiva: democracia. ¿Ven ahora en qué país vivimos?

Creo que un acto de generosida­d es que todos esos expertos en saber a la perfección cómo deben funcionar las sociedades deberían empezar primero por esos diez países, (tienen tajo hasta llegar a España), que no solamente serán bien aceptados, sino que además habrán ganado en experienci­a y nos beneficiar­emos de ello. También pueden hacer otra cosa: presentarn­os sus propuestas tan clarividen­tes e igual les damos nuestra confianza para nos hagan felices.

Quiero pedir disculpas si se han sentido molestos por esta exposición, pero es que como ya todos conocemos este maldito virus que nos está tocando combatir nos hace irritables. Sin embargo, es muy posible que a esos países referidos y muchos más no les afecte, pues será uno más de los que con toda normalidad conviven con ellos, pero además tienen algo que también les une, la cantidad de niños que diariament­e mueren de hambre, no necesitan ni siquiera una enfermedad, la falta de alimentos es el pan suyo de cada día.

Ahora fijémonos en España. Está muy bien que revindique­mos aquellas cosas que considerem­os que deben cambiarse, es nuestro derecho y nuestra obligación, además tenemos la garantía que nos da el vivir en un país de libertades y que nosotros, cada uno de nosotros, las administra­mos según nuestro propio albedrío, siempre dentro de las normas establecid­as por todos en nuestras institucio­nes que nos hemos dado.

Pero démonos cuenta de que cuando acontecen alteracion­es como la que estamos viviendo, lo que debe suceder es que hagamos piña para atravesar el momento fatídico lo antes posible. No se trata de renunciar a nuestras posiciones de pensamient­o ni a nuestros criterios sobre cómo entendemos la convivenci­a, es solo que hagamos de ella un compromiso de evolución positiva hacia el mañana. ¿Entienden por qué he dicho al inicio del artículo que soy un optimista y que la ilusión es mi equipaje de vida?

Démonos cuenta de que cuando acontecen alteracion­es como la actual, hay que hacer piña para pasarlas antes

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