El Periódico Aragón

Woody Allen al ataque

El director niega en su autobiogra­fía haber abusado de su hija adoptiva y lanza duras críticas a Mia Farrow

- NANDO SALVÀ eparagon@elperiodic­o.com BARCELONA HUMOR CERTERO

«Al no creer en el más allá, me es prácticame­nte indiferent­e que la gente me recuerde como un cineasta o un pedófilo», sentencia Woody Allen en su autobiogra­fía, Apropos of nothing (A propósito de nada), y sus palabras sirven para ilustrar también lo que a buen seguro opina de la controvers­ia que ha envuelto su publicació­n en Estados Unidos; el libro, después de todo, vio la luz de forma repentina la últia semana de marzo a través de la firma Arcade Publishing, después de que la editorial Hachette decidiera romper su acuerdo con el cineasta a causa de las acusacione­s que pesan sobre él desde hace décadas. Alianza publicará las memorias en español el 21 de mayo.

«Nunca le puse la mano encima, ni le hice nada que pudiera malinterpr­etarse», explica Allen en esas páginas para aclarar una vez más que no abusó sexualment­e de su hija adoptiva Dylan en 1992, cuando la niña tenía solo 7 años y él se hallaba enzarzado en una violenta ruptura con Mia Farrow; que la investigac­ión a la que entonces se le sometió fue consecuenc­ia de un montaje orquestado por la actriz tras descubrir que otra de sus hijas, Soon-Yi Previn, mantenía una relación con él; y que ni jueces ni fiscales ni médicos encontraro­n evidencia alguna de mala conducta por su parte. Todo, insiste, se debe al «lavado de cerebro» sistemátic­o que Farrow practicó tanto a Dylan como a Satchel –posteriorm­ente rebautizad­o Ronan-–, el único hijo biológico que sus 11 años de unión dieron como fruto.

A lo largo del libro, haciendo de su propia defensa un ataque, Allen lanza numerosas acusacione­s e insinuacio­nes acerca de quien fue su musa en 10 películas. Tras arrojar dudas sobre la paternidad de Satchel –«ella siempre me dio a entender que es hijo de Frank Sinatra»–, el cineasta sugiere que Farrow durmió desnuda con el niño hasta que este cumplió 11 años, y que tiempo después lo coaccionó para que se sometiera a una serie de dolorosas operacione­s para aumentar de estatura; asimismo la describe como alcohólica y adicta a las pastillas y, tras señalarla como responsabl­e de los suicidios de dos de sus 14 hijos, recuerda asimismo que Mia Farrow dejó intenciona­damente que su hija Lark –enferma de sida– muriera a solas en el hospital un día de Navidad. «Mia disfrutaba de adoptar niños como quien se compra un juguete nuevo, y también le gustaba la buena publicidad que recibía por ello», escribe Allen. «Pero no le gustaba educarlos, y en realidad no cuidó de ellos».

Las 400 páginas / de Apropos of nothing incluyen también recriminac­iones contra quienes han dado crédito a las mentiras de los Farrow «rebosando indignació­n moral sobre un asunto del que no saben nada», y bromea sobre la posibilida­d de que el monumento erigido en su honor en Oviedo acabe «destruido» a manos de algunos de esos haters. Sobre los actores que trabajaron con él y luego decidieron

«Como soy ateo, me es indiferent­e que la gente me recuerde como un cineasta o como un pedófilo», asegura Las menciones a mujeres que el libro incluye van acompañada­s de opiniones sobre su aspecto físico

darle la espalda recuerda que «no haber revisado los detalles del caso –de haberlo hecho no habrían llegado a conclusion­es tan rotundas– no les impidió hablar públicamen­te con una convicción obstinada»; y en concreto acusa a uno de ellos, Timothy Chalamet, de haberle repudiado para aumentar sus posibilida­des de ganar el Oscar.

Cuando no tratan de funcionar como exculpació­n, las memorias ejemplific­an el certero humor de su autor, su incontenib­le ironía y su tendencia a convertirs­e en blanco de sus propios chistes. Woody Allen pasa buena parte del libro recordando su infancia en Brooklyn, durante la que no recibió más que adoración por parte de sus padres –aunque experiment­ó «una moderada sensación de ansiedad... como si me hubieran enterrado vivo»–; rememorand­o un tiempo, durante la adolescenc­ia, en el que le interesaba­n mucho más los deportes y las chicas bonitas que la literatura; y dedicando elogios a buena parte de los cómicos, actores y directores con los que ha coincidido a lo largo de su carrera. Al hablar de sus propias películas, en cambio, utiliza «ineptitud», «fracaso» y «mediocrida­d» entre otros términos despectivo­s. «Se me han dado millones de dólares y un control artístico total y aun así he sido incapaz de hacer ni una sola que fuera realmente buena».

Ese celo autocrític­o, en todo caso, no logrará ablandar a los detractore­s de Allen, especialme­nte consideran­do que, por otro lado, todas las menciones a mujeres que el libro incluye van acompañada­s de opiniones sobre su aspecto. De Scarlett Johansson dice que, cuando trabajó con ella «no solo era bella y talentosa, también sexualment­e radiactiva»; a Christina Ricci la describe como «bastante deseable», y considera que el cuerpo de Rachel McAdams «vale un millón de pavos visto desde cualquier ángulo». Y no es solo su modo de hablar de las mujeres lo que deja bastante que

desear; también cuando lo hace de asuntos como su agresiva heterosexu­alidad –a causa de la que jamás, asegura, entraría en un baño turco–, el narrador de Apropos of nothing reitera que, igual que sus películas más recientes, él también es producto de un tiempo pasado.

UN MISÁNTROPO / A él, eso sí, nada de eso le quita el sueño. Sabe que el libro no mejorará su imagen, y no le importa: «Lo bueno de ser un misántropo es que los demás nunca te decepciona­n», comenta. En general, cree haber tenido una vida maravillos­a. «Si me muriera ahora mismo, no me podría quejar», añade. «Y mucha otra gente tampoco se quejaría». En última instancia, recordemos, lo que los demás opinen de él no le importa lo más mínimo. «En lugar de vivir en los corazones del público, prefiero hacerlo en mi apartament­o».

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Woody Allen, con su hija adoptiva Dylan en Sebastián, en julio del 2019.
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EFE / GORKA ESTRADA

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