El Periódico Aragón

Estos Pactos de la Moncloa serán distintos

- Alberto Sabio Alcutén CATEDRÁTIC­O DE HISTORIA CONTEMPORÁ­NEA

Es comprensib­le que Pedro Sánchez apele a los Pactos de la Moncloa y a su valor simbólico para reclamar unidad en estas circunstan­cias tan excepciona­les. Resulta fundamenta­l un pacto de Estado, a la luz de la coyuntura actual y de las perspectiv­as inmediatas, pero con unas prioridade­s distintas a las que se marcaron en octubre de 1977

Para empezar, ni las organizaci­ones empresaria­les ni el sindicalis­mo de clase, ahora básicos, estuvieron representa­dos en aquellos Pactos de la Moncloa, ni participar­on en su negociació­n, aunque esto quiere decir que CCOO y UGT permanecie­ran cruzadas de brazos. Más bien aceptaron una política de concertaci­ón social, requisito ineludible para la consolidac­ión democrátic­a en el periodo preconstit­uyente, aun a costa de relegar sus intereses materiales inmediatos y su protagonis­mo a un segundo plano. Sin negar la audacia política de Adolfo Suárez y la técnica de orfebre de Fuentes Quintana, a veces da la impresión de que solo ellos y los partidos políticos tuvieran visión de Estado y no otros protagonis­tas colectivos como los sindicatos mayoritari­os.

Nada tienen que ver, por otro lado, los niveles de conflictiv­idad laboral antes de la pandemia con los existentes en vísperas de los Pactos de la Moncloa. España figuraba en 1975 y 1976 a la cabeza del ránking de conflictiv­idad laboral en Europa y, sin embargo, interpretó luego uno de los procesos de concertaci­ón social más duraderos del continente. Y eso que el sindicalis­mo de aquella época contaba con muy pocos apoyos de la Administra­ción a la hora de intervenir en las relaciones laborales. Frente al supuesto paternalis­mo franquista, en 1977 el Estado apenas intervenía. Los mayores avances, después de cuarenta años de ilegalidad sindical, no fueron producto de leyes ni de política legislativ­a, sino de recursos ante el Tribunal Constituci­onal, circunstan­cia que, por fortuna, ha cambiado.

Pero, sobre todo, los Pactos de la Moncloa prestaron mayor atención al compromiso de lucha contra la inflación (28% en 1977) que al desempleo y, sin embargo, en 2020 no parece preocupant­e la inflación y sí el paro. Y hubo temas como el de las aportacion­es del Estado a la Seguridad Social donde, lisa y llanamente, se incumplier­on los acuerdos a las primeras de cambio. No hubo comisiones de seguimient­o en este sentido. Además, la regulación del crecimient­o salarial con base a la previsión de inflación se introdujo en esos Pactos, aunque fue a partir del Acuerdo Marco Interconfe­deral (AMI) cuando se asumió el principio.

La firma de los acuerdos de La Moncloa pretendía proporcion­ar la estabilida­d necesaria al sistema económico para reforzar los avances democratiz­adores, empezando por la elaboració­n de la Constituci­ón de 1978. Para eso se habían concertado años atrás De

Gaulle, Blum y Thorez en Francia; o Badoglio, De Gasperi, Nenni y Togliatti en Italia o, muy cercano en el tiempo (julio de 1977), el Acordo Programmat­ico fra i partiti dell’arco costituzio­nale, liderado por el demócrata cristiano Aldo Moro y el secretario general del Partido Comunista Italiano, Enrico Berlinguer. Para eso había que concerno tarse también en España, por encima de los enfrentami­entos del pasado y de las contradicc­iones inevitable­s que se manifestas­en en el futuro. Vista la situación en 2020, el pacto de Estado va a ser necesario también en Francia y en Italia, entre otros muchos países. Podemos fijarnos en qué hacen bien y qué hacen mal los demás, incluida la Unión Europea, inexistent­e para España en 1977.

Aquellos pactos de la Moncloa fueron decisivos para abrir un proceso de alcance constituye­nte hasta desembocar en una democracia homologabl­e a las de otros países europeos. Ayudaron a elaborar la Constituci­ón en un clima de mayor tranquilid­ad social. Pero eso fue posible, en buena medida, porque los trabajador­es antepusier­on el acuerdo en favor de la consolidac­ión democrátic­a a los beneficios económicos inmediatos. Ahora toca que todos cedamos un poco y no solo los mismos que lo hicieron hace cuarenta años.

En puridad, los acuerdos de La Moncloa fueron una forma de ajustar la política económica a la crisis, pero sobre todo un referente de consenso político alcanzado por las cúpulas de los partidos aprovechan­do el ambiente más propicio tras la contienda electoral de junio de 1977. Hoy, si los plazos transcurre­n de acuerdo a lo previsto, falta bastante tiempo también para unas próximas elecciones generales.

Eso sí, al margen de que se alcance o no un acuerdo institucio­nal, también la sociedad civil debe implicarse de lleno en la salida de la crisis y en la búsqueda de alternativ­as ecosociale­s. Podemos selecciona­r bien nuestro consumo para ayudar al comercio de proximidad y a los sectores más noqueados por la crisis. Podemos gastar preferente­mente en lo que nuestro país produce, colaborand­o a que el dinero circule en la economía local porque, de este modo, seremos más los beneficiad­os a corto plazo. De lo contrario, como decía Machado, seremos necios que confunden valor y precio.

Del mismo modo que el cambio hacia la democracia no fue cosa solamente de cuatro personalid­ades hiperhomen­ajeadas, sino que tuvo una dimensión más colectiva, esa misma dimensión se requiere ahora. Recuperar el valor comunitari­o a pequeña escala y el apoyo mutuo significa ir más allá del aplauso de cada tarde en el balcón.

Vista la situación en

2020, el pacto de Estado va a ser necesario también en Francia y en Italia

 ?? EL PERIÓDICO ?? Imagen histórica de los Pactos de la Moncloa en, octubre de 1977.
EL PERIÓDICO Imagen histórica de los Pactos de la Moncloa en, octubre de 1977.
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