Beberse la cuarentena
Sanidad responde al aumento en la venta de bebidas alcohólicas advirtiendo de los riesgos de empinar el codo en plena pandemia por el virus
En su muy recomendable ensayo Una borrachera cósmica, el divulgador británico Mark Forsyth relata que los aztecas tenían un calendario que especificaba los días en que se podía pimplar (por lo general, vinculados a festividades religiosas) y los que no. Cuando los conquistadores españoles llegaron a México, prohibieron el uso del calendario azteca, de manera que la población no tenía modo de saber cuándo tocaba permanecer sobrio y cuándo estaba permitido el trinque. Ante la duda, eligieron beber todos los días (preferiblemente, chicha), con lo que los niveles de alcoholismo alcanzaron una dimensión pandémica.
Algo parecido, salvando las oceánicas distancias, parece haber ocurrido en los hogares españoles durante el confinamiento obligado por el covid-19. Con el desdibujamiento de la semana laboral, arraigadas costumbres de índole alcohólica como las copas del sábado por la noche o el vermut dominical se han extendido al resto de días y, a juzgar por los datos de consumo de estas últimas semanas y por las imágenes compartidas en las redes sociales, han convertido el estado de alarma en algo parecido a un largo aperitivo.
Según un estudio de Gelt, una plataforma que utiliza el Big Data para ofrecer descuentos en la compra de productos de alimentación, la venta de cerveza en España en la última semana de marzo creció un 78%, la de vino lo hizo un 63% y la de bebidas alcohólicas de alta graduación, un 37%. A primera vista, estos incrementos podrían atribuirse, sin más, al hecho de que el cierre de bares y restaurantes obliga a los españoles a empinar el codo en casa, pero esta explicación pasa por alto que salir a beber por ahí es, básicamente, una actividad social en la que la priva no es tanto un fin en sí misma como un pretexto para relacionarte.
Y, claro, no es el caso, por más que estos días se hayan puesto de moda esas imágenes un poco embarazosas
Adaptación de gente atizándose un vermut y unas olivas mientras ve en la pantalla del ordenador cómo otros amigos hacen lo propio (algunos hasta brindan con la cámara, pobres diablos).
La relación entre las situaciones de estrés colectivo y el incremento del bebercio es estrecha y ha sido ampliamente constatada a lo largo de la historia. Y, pese a ello, las autoridades sanitarias no dejan de insistir en que recurrir a la botella para aliviar la ansiedad es una idea pésima. Entre otras razones, porque, según han demostrado diversas investigaciones, el consumo de alcohol disminuye el cortisol, la hormona que el cuerpo libera para responder al estrés, prolongando así la sensación de tensión, al tiempo que el estrés puede reducir los efectos placenteros del alcohol y aumentar las ansias de beber más.
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