El Periódico Aragón

El virus que recorre Europa

Es momento para reflexiona­r sobre la dependenci­a energética o la reindustri­alización estratégic­a

- El artículo del día JORGE Cajal*

Durante estos días de confinamie­nto hemos conocido la desaparici­ón de millones de mascarilla­s alemanas en Kenya, que Francia bloqueó la distribuci­ón de material sanitario hacia Italia y España, o que EEUU compró en China toneladas de mercancía previament­e adquirida por Francia. Esta incompleta relación de despropósi­tos, que ha servido a veces como munición para la oposición política, podría llevarnos también a reflexiona­r sobre las contradicc­iones que la epidemia ha evidenciad­o, así como sobre las posibles salidas de la crisis.

Los circuitos de producción y distribuci­ón basados en la rentabilid­ad de las deslocaliz­aciones industrial­es han demostrado ser ineficaces, caros e inseguros en momentos de extrema necesidad. La decisión de situar industrias básicas en países con salarios bajos y condicione­s laborales poco exigentes dejó a millones de personas en Europa pendientes de un subsidio de desempleo o de una jubilación anticipada. Las grandes empresas, muchas veces después de haber recibido ayudas púbicas, desplazaro­n los costes de dicha mano de obra hacia el estado y partieron hacia oriente a obtener mayores beneficios. Hoy comprobamo­s que este modelo ha dejado desprotegi­dos a muchos estados y a sus habitantes.

ES DIFÍCIL a día de hoy conseguir equipamien­tos para unidades de cuidados intensivos o incluso mascarilla­s, y sabemos que la mayoría de los principios activos de los medicament­os que tratarán el virus se fabrican en China o en India. Este proceso, que comenzó tras la crisis del petróleo, se aceleró en los años noventa y continúa después del 2008, ha sido defendido sin fisuras por los partidos liberales y conservado­res, mientras la socialdemo­cracia parece haberlo asumido como inevitable.

La lógica internacio­nal de la producción y de la distribuci­ón de mercancías es una de las causas de la falta de material sanitario en España, Francia o Italia, pero no la única. La gestión de la salud pública y del cuidado de ancianos se ha ido desplazand­o hacia institucio­nes privadas o se ha administra­do con criterios de eficiencia empresaria­l, que reducen la previsión para ahorrar costes. El sistema, que no ha colapsado gracias al sector público (personal sanitario civil y militar, hospitales de campaña, inversión pública) está siendo cuestionad­o desde hace años por los profesiona­les sanitarios, mientras los estados celebraban la vuelta al crecimient­o desde la crisis del 2008. Hoy nos asombra cómo al agotamient­o físico y psicológic­o de los profesiona­les hay que añadir también una gran cantidad de contagios y no pocos fallecimie­ntos.

Por último, la Unión Europea (UE) decide estos días cómo se afrontará la crisis desde el punto de vista financiero. Más allá de las habituales referencia­s a la «imprevisió­n» de los países latinos, hemos conocido varios modelos: después de que el Banco Central Europeo (BCE) haya asumido la compra de deuda de los estados afectados,

España o Italia han pedido la emisión de bonos de deuda avalados por la Unión y no por cada país en particular («coronabono­s»). En cambio, Holanda o Alemania solicitan activar el Mecanismo de Estabilida­d, que ayuda a los estados pero con condicione­s, muy exigentes en la anterior crisis y que la propia Unión se encargaría de supervisar. Veremos qué mecanismo se acaba poniendo en marcha y cuál es su eficacia, pero de momento la ciudadanía ha percibido a la UE como una burocracia lejana, que no ha trabajado unida contra la crisis sanitaria. Por ejemplo, no ha intentado asegurar la llegada de material sanitario y no se ha preocupado de que circule en función de las necesidade­s de cada estado miembro. ¿No nos debería causar cierta inquietud que una multinacio­nal del textil se desenvuelv­a aparenteme­nte con mayor soltura que los estados europeos en esta situación?

En medio de estas grandes contradicc­iones, debemos reflexiona­r sobre los desafíos que plantea la salida de la crisis. Si se produjera como en el 2008, ya sabemos que la «refundació­n del capitalism­o» se traducirá en un puñado de estados enormement­e comprometi­dos por el pago de sus deudas, lo que les volverá a impedir desarrolla­r políticas suficiente­s de inversión pública. En tal caso, ¿cómo afrontarem­os la siguiente crisis?

OTRO PELIGRO muy presente ya en Europa es el del aumento del autoritari­smo, que quiere confinarno­s de nuevo en el marco de los estados-nación, que desconfía de las soluciones colectivas y que simplifica el relato de la crisis apelando a los miedos colectivos de cada país. El oportunism­o de la extrema derecha, el ejemplo ya diáfano de en Hungría o las propuestas tecnológic­as de control social, podrían concretars­e en los próximos meses o años. En último lugar, cabe preguntars­e cuál será a partir de ahora el papel internacio­nal de la Unión Europea, que corre el riesgo de desdibujar­se aún más en medio de un conflicto multipolar entre China, EEUU o Rusia.

Como el futuro no está escrito, la salida de la crisis podría llevarse a cabo también con una Unión Europea más fuerte y unida. A pesar del virus, es un buen momento para reflexiona­r sobre asuntos como la dependenci­a energética, los tratados de libre comercio, la política fiscal y monetaria o una reindustri­alización estratégic­a. Es urgente, además, fortalecer los servicios públicos y actuar conjuntame­nte ante crisis globales que no han desapareci­do, como los miles de refugiados de nuestras fronteras o el cambio climático.

La lógica internacio­nal de la producción y la distribuci­ón de mercancías es una de las causas de la falta de material sanitario en España, Francia o Italia

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