El Periódico Aragón

Niños esclavos

CELEBRA EL DÍA MUNDIAL CONTRA LA ESCLAVITUD INFANTIL, UN FENÓMENO QUE, LEJOS DE DISMINUIR, CONTINÚA VIGENTE, SOBRE TODO EN LAS ECONOMÍAS MENOS DESARROLLA­DAS, Y EN ACTIVIDADE­S COMO LA AGRICULTUR­A, LA PROSTITUCI­ÓN O INCLUSO LA GUERRA, ALGUNOS DE LOS SECTORE

- MARIO GRACIA suplemento­s@aragon.elperiodic­o.com

Esta semana, la Fundación Más Vida debería haber inaugurado una exposición en el Centro Joaquín Roncal CAI-ASC de Zaragoza para conmemorar el Día Mundial contra la Esclavitud infantil, que se celebra cada año el 16 de abril. Pero, con este espacio expositivo cerrado, y el público potencial recluido en sus casas por la epidemia de coronaviru­s, esta muestra fotográfic­a tendrá que esperar tiempos mejores. No así su mensaje que, por desgracia, sigue vigente.

Tal vez cueste imaginar que en pleno siglo XXI siga existiendo la esclavitud infantil, y más complicado todavía resulte hacerse a la idea de las dimensione­s que este fenómeno alcanza a escala planetaria. Pero la cruda verdad es que esta realidad continúa afectando a la población más vulnerable, los niños. De ahí la importanci­a de crear conciencia y exigir su erradicaci­ón.

Se calcula que cerca de 264 millones de niños y niñas de entre 5 y 17 años se ven obligados a trabajar. Y, según la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT), unos 250 millones de los menores que están siendo utilizados como mano de obra no alcanzan ni tan siquiera los 14 años de edad. Si se añaden los niños que tienen que trabajar en duras tareas familiares en un ambiente de extrema pobreza, la cifra se eleva a los 400 millones.

Los menores explotados están por todas partes, pero resultan invisibles. Permanecen ocultos tras las paredes de talleres y fábricas, o de muchos hogares, principalm­ente en el caso de las niñas, que son utilizadas como sirvientas, cuidadoras y asistentas sin salario, convirtién­dolas en una población especialme­nte expuesta a sufrir abusos y maltrato. Otros se encuentran fuera de la vista del público, alejados del foco en este mundo hiperconec­tado, trabajando en plantacion­es o minas.

La infancia desfavorec­ida, excluida del sistema educativo y atrapada en el círculo de la pobreza, ve cómo la necesidad socava sus derechos más básicos, pese a que la mayoría de los estados ha ratificado los acuerdos y tratados que les compromete­n a defenderos.

En muchos casos, la explotació­n infantil está asumida dentro de la familia como una fuente más de ingresos. Además, un menor resulta más fácil de explotar que un adulto a causa de su indefensió­n y sumisión, y más rentable, debido al hecho de que realiza el mismo trabajo que un adulto, pero sin ningún tipo de queja y a cambio de una remuneraci­ón muy inferior.

Un rasgo común que normalment­e comparte la infancia explotada es que suele asumir labores ilegales, peligrosas y degradante­s. Pero este tipo de esclavitud no se presenta bajo una única forma, puesto que se manifiesta a través de distintas vías de sometimien­to, entre las que se encuentran el trabajo forzoso, la trata infantil, la esclavitud doméstica, el matrimonio forzado, el reclutamie­nto de niños soldado o la explotació­n sexual.

Alrededor de un 70% de los menores explotados trabaja en el sector de la agricultur­a. Pero solo uno de cada cinco recibe un salario, pues la gran mayoría ayuda a su familia, sin percibir ninguna remuneraci­ón.

Se calcula que un millón son obligados a prostituir­se, sobre todo niñas, que atraviesan un calvario sin fin. El maltrato y el abuso a los que son sometidas les dejan secuelas de por vida, depresión y estrés que a menudo desembocan en intentos de suicidio. También deben enfrentars­e a enfermedad­es de transmisió­n sexual, como el sida, y a abortos inseguros que pueden ser letales.

Además, organizaci­ones como Amnistía Internacio­nal alertan sobre la victimizac­ión de los menores en los conflictos armados, donde han dejado de ser testigos para convertirs­e en objetivos. Algunos caen en genocidios o son víctimas de un ataque indiscrimi­nado contra civiles. Otros sufren los efectos de la violencia sexual, el hambre y las enfermedad­es asociadas a la guerra. Y miles son usados como combatient­es.

La OIT estima que en los últimos años ha aumentado el número de niños trabajador­es y ha disminuido el de las niñas a escala global. Pero infiere que, pese al aumento de la escolariza­ción de las chicas en las zonas rurales, la verdadera razón es que ellas son empleadas en sectores de mayor invisibili­dad.

Sin embargo, este organismo internacio­nal sostiene que el trabajo infantil es un problema creciente en los países más pobres. La magnitud del problema se ha incrementa­do en África subsaharia­na, donde uno de cada cuatro niños y niñas entre 5 y 17 años trabaja, sumando un total de 48 millones.

Mientras, en Asia y el Pacífico lo hace uno de cada ocho. Pese a ello, esta región es la que concentra el mayor número de niños y niñas trabajador­es en el grupo de edad de 5 a 14 años, con 127,3 millones en total, lo que supone el 19% de los niños y niñas que trabajan en la región.

En América Latina y el Caribe hay aproximada­mente 17,4 millones de menores trabajador­es, el 16% de la infancia en esta zona del mundo. Cifra similar a la de Oriente Medio y África del Norte, donde acude al tajo el 15% de los niños y niñas.

Pero tampoco las economías desarrolla­das o en transición se libran de este fenómeno. Todas ellas juntas suman entre 2,4 y 2,5 millones de niños explotados.

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FUNDACIÓN MÁS VIDA Este niño es explotado limpiando parabrisas en España.

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