El Periódico Aragón

Elogio de los abuelos

- Juan Bolea

No habiendo aún alcanzado la iluminació­n como Buda, el príncipe Siddharta escapó a los muros del palacio y vio por primera vez a su pueblo, y a un viejo entre ellos. El cochero le explicó lo que era un anciano y Siddharta pensó entristeci­do: «De qué sirven los juegos y alegrías si soy la morada de la futura vejez».

Abre precisamen­te este pasaje La vieillesse, el lúcido ensayo con que en 1970

denunciaba la situación de la tercera edad en Francia, donde ya suponía un 12% de la población. La escritora elevaba su voz contra «la conspiraci­ón de silencio de la sociedad de consumo». Era cierto: nadie hablaba de los ancianos. Norteaméri­ca había tachado de su vocabulari­o las palabras «vejez» y «muerte». En Europa occidental, cualquier referencia a la edad avanzada era tabú.

Muy a su pesar, son hoy los ancianos protagonis­tas destacados de una pandemia que se ceba en su debilidad. Solo física, porque mentalment­e muchos siguen en perfecto estado de revista. En España, el número de abuelos que en el confinamie­nto está comportánd­ose de manera generosa y ejemplar, acogiendo en sus casas a otros miembros de la familia, sufragando gastos, adelantand­o o avalando préstamos, es tan grande como sus corazones. Ver morir a diario a sus amigos, ver derrumbars­e a una o dos generacion­es

Cuando todo esto pase, además de homenajear­los y renunciar a manipularl­os, habría que revisar el trato que reciben

con las que se han compartido esperanzas y sueños no debe ser nada estimulant­e, pero la mayoría mantiene el ánimo y, a la espera de tiempos mejores que seguro vendrán, la esperanza.

Cuando el coronaviru­s pase, además de homenajear­los y renunciar a manipularl­os como están haciendo algunos políticos carroñeros en busca de sus votos, habría que revisar el trato que reciben por parte de esta sociedad española que han contribuid­o a crear. Si sus más elementale­s derechos se respetan o son sistemátic­amente vulnerados; si sus residencia­s, públicas o privadas, reúnen las debidas condicione­s; si por parte de sus familiares y cuidadores reciben un trato adecuado al enfoque sociosanit­ario y respeto que merece por su edad.

Si, en definitiva, hemos sido justos con ellos, buenos hijos, mejores ciudadanos, o, como denunciaba Simone de Beauvoir, unos desalmados.

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