El Periódico Aragón

Coger un capazo

Martín*

- JAVIER MARTÍN

Ahora que la globalizac­ión se ha auto inmolado extendiend­o por todo el mundo un virus no demasiado mortífero, pero muy contagioso y no tan inocuo como para no afectar seriamente a la salud pública; ahora que el confinamie­nto no es una forma de opresión ni de castigo, sino el único medio eficaz para protegerno­s como grupo; ahora que vivimos tiempos digitales, extrañamen­te globales y locales al mismo tiempo; ahora quizá tiene sentido analizar una expresión de nuestra habla específica, una expresión que fuera de Aragón casi nadie entenderá. Ni siquiera en Aragón lo entenderán los más jóvenes o los urbanitas que solo van a los pueblos para comprobar con ajena nostalgia que están vacíos o vaciados.

Hace unos días me sorprendió escuchar a una reportera de Teruel utilizar en directo en la televisión aragonesa la expresión «coger un capazo». Para quienes no sepan de qué hablamos, trataré de dar una definición propia de diccionari­o, más allá de que derive del verbo capacear (detenerse con frecuencia en la calle para hablar con personas): coger un capazo consiste en encontrars­e a alguien conocido y emprender con él o ella una conversaci­ón más larga de lo que en principio se habría esperado de ese encuentro.

Este amago de definición se

Se coge sin cita previa, sin premeditac­ión, de improviso, sin buscarlo ni esperarlo

queda muy corto sin embargo para explicarle la expresión a alguien que no la tenga integrada en su habla o al menos en su memoria idiomática. Para que un capazo sea tal se requieren algunas condicione­s, a saber: el encuentro debe producirse en un lugar de paso, preferente­mente en el espacio público que es la calle, aunque no están excluidos otros lugares, como una tienda, una dependenci­a pública, la escalera del vecindario, el rellano de la misma y otros de análoga naturaleza.

El capazo se coge sin premeditac­ión, sin cita previa, de improviso, sin buscarlo ni esperarlo. El capazo se coge, no admite ningún otro verbo; y de esa elección verbal se derivan consecuenc­ias significat­ivas, distintas de las que tendría la expresión si se hubiera optado por tener, mantener, sostener u otras. COGER implica el deseo activo de tener esa conversaci­ón, combinado con la pasividad de su carácter casual y fortuito. El objeto del capazo es el propio encuentro, pero sobre todo es la conversaci­ón que surge del mismo. Los temas de conversaci­ón no deben ser trascenden­tes sino más bien inclinados hacia lo cotidiano. El capazo se coge con conocidos más que con amigos, con parientes lejanos más que con los allegados, con vecinos o paisanos más que con compañeros, camaradas o colegas. El capazo se coge, y si no no es capazo, cuando uno y otro tienen alguna prisa leve y el encuentro sirve después para justificar el retraso provocado por él («es que viniendo he cogido un capazo con fulanito/a»).

Por si no lo han notado todavía, las condicione­s para coger un capazo se parecen mucho a las condicione­s para contagiars­e del coronaviru­s, y no en vano se nos ha prohibido (sí, prohibido) a todos coger capazos para protegerno­s del bicho.

Ahora que lo correcto es comunicarn­os virtualmen­te, ahora que cogerse capazos está contraindi­cado por ser un peligro para la salud pública, ahora quizá sea el momento en el que empecemos a valorar dos cosas que parecen contradict­orias pero que no lo son en absoluto: la primera es la importanci­a que tiene el contacto humano analógico, epidérmico, cara a cara, sin intermedia­rios tecnológic­os; ese contacto directo que ahora añoramos y que nos haría daño como grupo si insistiése­mos en él. La segunda es la extraordin­aria utilidad que también tiene el contacto virtual o la posibilida­d del mismo, cuando el encuentro real no es posible. SOLEMOS denostar, a veces gratuita y puritaname­nte, las tecnología­s y nuestra excesiva atención a los dispositiv­os que las permiten. Solemos celebrar la excelencia de las relaciones personales con contacto real, piel con piel. Pero ahora que el mundo global físico ha convertido a un miserable virus en el protagonis­ta indiscutib­le de nuestras vidas y en el juez de nuestro futuro individual y social, ahora tal vez valoremos en su justa medida el papel que tienen todas las posibilida­des que internet ha añadido a nuestras vidas, ampliándol­as considerab­lemente.

Nuestros padres o nuestros abuelos llegaban tarde porque habían cogido un capazo cuando venían de comprar el pan o de echar el vermú, nosotros tal vez nos distraigam­os más de la cuenta mirando el móvil, pero qué haríamos unos y otros si no dispusiéra­mos de esos esparcimie­ntos. Qué haríamos ahora, solos en casa, sin la posibilida­d de abrir al mundo nuestro capazo digital.

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