La otra mirada
En estos días estamos muchos atentos en proyectar nuestro cansancio en este confinamiento. Nuestros sentidos parecen que los tenemos trastocados. Tenemos hambre de tocarnos y sentirnos en abrazos con nuestros seres queridos y ser besados por ellos, sobre todo los que están más solos y son personal de riesgo. Muchos me dicen que tienen pegada la lengua al paladar en estos días, porque no hablan con nadie. Sobre todo en esta Semana Santa pasada tan atípica, y esperan que se abra la puerta de casa con alguna compañía, para salir a dar una vuelta a la manzana de sus viviendas, en una ciudad sitiada por el silencio, como un sepulcro de miles de muertos existentes y sin despedidas de los suyos por culpa de este maldito coronavirus en la soledad de soledades de sus horas finales, tras horas en la uci. Acudimos a una lucha desesperada a que se acabe este delirio de pandemia real que con las noticias tan poco esperanzadoras de estos días, se te va estrujando el corazón conforme se acercan las madrugadas, en un abrir y cerrar de ojos, de pensar con cierto miedo, en lo que va a pasar con nuestra salud y con nuestro dinero. Hay quien se pone en su atalaya y observa, no se moja en acciones provechosas y útiles que sirvan y ayuden a los demás, a los más necesitados, a los más cercanos, a los más mayores que por su envejecimiento están limitados, pero que algunos tienen muy bien amueblada su cabeza y tienen una luz serena que les ha dado la vida con su clarividencia vivencial de sus experiencias vitales. Todos tendríamos que aprender de ellos, los más mayores. No son un estorbo. Este mundo nuestro no se arregla mientras no se sustituya la ambición por ser personas bondadosas, que pienso se adquiere por nuestra inteligencia compasiva y comprensiva y no por la estupidez de quien solo se quiere a sí mismo y olvida fácilmente que vivir una vida larga, plena y solidaria no está suscrita por una mirada amorosa y prolongada como actitud positiva y plácidamente agradecida.