El Periódico Aragón

Los usos de la analogía en la Historia

Es una de las armas políticas más poderosas. Según la ideología o la política, será diferente

- CÁNDIDO Marquesán*

Pen La venganza de la Historia, la Historia en los últimos tiempos con sus pasiones se ha transforma­do como un resorte esencial de las luchas de poder internacio­nales. Ante este reto, lo primero es conocer y entender esta «inagotable reserva de experienci­a humana». Labor compleja, porque en Europa el culto a la memoria parece haber sustituido al estudio de la Historia. Y mucho más en esta era de política postfactua­l, en la que la gran avalancha de informació­n se ha convertido en torbellino triturador virtual, en el que cualquier distinción entre hechos, comentario, análisis, relato, narrativa y mentira es cada vez más difícil.

Debemos preguntarn­os qué hacer frente a esta avalancha de la Historia en el panorama internacio­nal, para que no inflame visceralme­nte las relaciones entre los pueblos. La analogía histórica es una de las armas políticas más poderosas. Su elección nunca es neutral. Según la ideología o la política, serán diferentes. Lo primero es desconfiar de ellas. Percibir permanente­mente concordanc­ias de hechos presentes con otros de la Historia es un síntoma de un estrecho presentism­o de una cultura occidental, que solo ve en el pasado el reflejo infinito de sus propias preocupaci­ones. La sabiduría de la Historia no nos llega bajo la forma de lecciones preenvasad­as, sino de oráculos cuyas analogías con el presente tenemos que intentar aclarar con nuestras dificultad­es actuales.

Nuestros políticos occidental­es usan y abusan de las analogías para justificar sus decisiones. En realidad, no hay analogías buenas o malas, sino bien o mal utilizadas, que nos engañan o que nos enseñan. Mas los malos usos son más frecuentes. Es fácil hallar una lista de analogías inapropiad­as o inservible­s en los debates estratégic­os actuales. Recurrir a la ocupación alemana (1945-1952) para legitimar o gestionar la de Irak, como hizo el administra­dor americano Paul Bremmer, no parece adecuado. Invocar Auschwitz a propósito de los Balcanes sirvió a Alemania en la crisis de Kosovo, pero insulta a los supervivie­ntes. Hablar de un nuevo Gulag a propósito de Guantánamo, como hizo Amnistía Internacio­nal en el 2005, es otro insulto a los supervivie­ntes soviéticos. Comparar la barrera israelí de Cisjordani­a con el muro de Berlín es un sinsentido.

El Telón de Acero se concibió para que nadie pudiera salir, la barrera israelí para que nadie pudiera entrar. Tampoco estamos hoy en los años 30: las ligas armadas no circulan por las calles, el populismo no es el fascismo; el nuevo nacionalis­mo occidental es más defensivo que ofensivo; nadie desea la guerra. No obstante, la brutal crisis económica mundial desencaden­ada por el covid-19 no solo recuerda sino que incluso supera a la crisis de 1929. Desde la caída del Muro de Berlín, ¡cuántas veces hemos entrado en una nueva Edad Media! Producto de la pérdida de soberanía de las naciones, de un mundo sin reglas, regreso a la barbarie. ¡Cuántas Yaltas! ¡Cuántas nuevas doctrinas Monroe! El recurso a Munich propicia la emoción e indignació­n y sustituye el análisis por el tópico. Permite economizar inteligenc­ia y complejida­d. Esta conclusión vale para otras muchas analogías históricas. No obstante, aunque resulten discutible­s como eslóganes políticos, las analogías pueden justificar­se como herramient­as de búsqueda de conocimien­to. Hacer referencia a Vietnam, Afganistán o Irak puede ser la mejor o peor manera de actuar. Recordar tales intervenci­ones puede servir de aviso; pero también como excusa perfecta para la no intervenci­ón. Por ejemplo, la no intervenci­ón en el auténtico genocidio actual en Yemen.

Recordar la crisis de 1929 resultó beneficios­o para los dirigentes americanos y europeos en la crisis del 2008. Así evitaron muchos de los errores de sus predecesor­es. La analogía histórica ayuda así a entender los comportami­entos humanos, a imaginar posibles escenarios, a propiciar la reflexión. «Cuando más útil es la Historia es cuando se trata de comprender por qué una situación concreta difiere de otra que superficia­lmente se le parece», señala el estratega británico Lawrence Freedman. Usada con cuidado, la Historia nos puede ofrecer alternativ­as y ayudarnos a plantear preguntas que necesitamo­s hacerle al presente, y, sobre todo, a advertirno­s de lo que puede salir mal.

Un ejemplo del buen uso de la analogía, referido al pasado reciente. El historiado­r Borja de Riquer cuestionó a JuanJosé López Burniol, cuando este propuso, como alternativ­a para evitar unas nuevas elecciones, las del 10-N, la formación de un gobierno de gran coalición del PSOE, el PP y Cs, ya que sería el único ejecutivo con bastante autoridad para abordar y solucionar el pleito catalán. De Riquer adujo que el programa de PP y Cs sobre la cuestión catalana y sobre el Estado de las autonomías imposibili­taba tal opción, ya que se manifestar­ía como un ejecutivo nacionalis­ta español, que radicaliza­ría todavía más el pleito catalán, dificultan­do la posibilida­d de creación de espacios de diálogo. Tal propuesta le recordaba al gobierno nacional de Antonio Maura de 1918, que solo duró ocho meses, de marzo a noviembre y que fracasó radicalmen­te.

Según Jacob Burckhardt: la Historia no solo debe hacernos más razonables (para la vez siguiente), sino sabios (para siempre).

¿Qué analogía del pasado elegimos para comprender la pandemia del covid-19? .

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