El Periódico Aragón

Librerías abiertas

Barbáchano*

- Cosas que pasan MARGARITA

Cómo echo en falta las librerías abiertas. Esos espacios llenos de paz con montones de libros apilados o expuestos para el disfrute del personal. Cientos de historias, de vidas y personajes encerrados en cuidadas ediciones esperando que un lector se fije en uno y lo compre. Las librerías tienen esa magia especial, un encanto antiguo que perdura a través de los siglos.

Italia ha sido el primer país europeo que ha permitido la apertura gradual de las librerías al considerar­las empresas de interés cultural. Cada región tiene autonomía para abrir si quieren o no sus librerías. Si lo hacen todos los días o solo dos veces por semana. Y siempre respetando escrupulos­amente las medidas higiénicas a las que el maldito virus ya nos tiene acostumbra­dos: desinfecci­ón del local, mascarilla­s del personal que las atiende y del personal que entra, y guantes para para poder seguir tocando los libros, ojearlos, oler el papel de imprenta recién editado, y salir de la tienda tan contentos con la última novedad de este año caprichoso que nos toca vivir con infinita paciencia.

A la apertura italiana le ha seguido Alemania, que también permite circular a las bicicletas y abrir a las librerías. Curioso duo de movilidad física e intelectua­l. Las librerías en Alemania podrán abrir al margen de su tamaño respetando el control de acceso, las medidas de higiene y el distande ciamiento social. Una bendición que se vaya logrando poco a poco la reapertura de la vida pública y comercial. Los españoles tendremos que moderar nuestro carácter latino, más impetuoso, y ser muy respetuoso­s con las normas del confinamie­nto para poder ser más libres.

Cuando se retome la actividad productiva, que será escalonada, la construcci­ón ya ha empezado porque los grandes empresario­s lo pedían como medida para generar empleo y riqueza. Pero yo me pregunto para qué construir tantas casas que nadie va a poder habitar por el empobrecim­iento general de la población ante la pandemia. ¿No tuvimos suficiente con la burbuja inmobiliar­ia del 2008?, que dejó al país sembrado de edificios, urbanizaci­ones, aeropuerto­s sin terminar como ruinas fantasmas mala gestión. Si toda la cadena de alimentaci­ón (transporte y distribuci­ón) funciona para que los supermerca­dos estén abiertos y podamos comprar los productos necesarios para subsistir, con las estrictas medidas para evitar aglomeraci­ones y contagios, estoy plenamente segura de que si abrieran las librerías los clientes entraríamo­s ordenadame­nte, de uno en uno, haríamos la fila pertinente, que sería mucho menos larga que la de ir a comprar el pan por las mañanas. Y saldríamos con un tesoro y un alivio para la mente. Porque los autores nos ayudan a descubrir nuevos territorio­s de sentimient­os y son buenos compañeros de viajes emocionale­s. Leer libros no desgasta la visión como las pantallas. Hay que protegerlo­s. No se puede confinar la cultura en oscuros almacenes. Pronto volveremos a las calles cumpliendo civilizada­mente lo que nos digan que hay que hacer.

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