Reflexiones
En este mantra que todos estamos viviendo, hay tiempo para la reflexión y también sacar algunas conclusiones del mundo que nos está tocando vivir. Madona, sumergida en agua lechosa, rodeada de pétalos y velas, nos dice: «Lo maravilloso y terrible del coronavirus es que nos iguala a todos, ricos y pobres».
¿Nos iguala a todos? Si algo saben los virus, como las catástrofes naturales, las guerras o las recesiones, es distinguir entre clases. Nos encontramos en una guerra global, situación insólita, incalificable e incomprensible, en la que los sanitarios están en esa primera línea de fuego. Fuego que llega con mayor virulencia a esa sociedad que vive en un continuo estado de precariedad. Pobreza por la polarización en el reparto de la riqueza en estos últimos años. Hogares ricos, ahora son más ricos, y hogares pobres, ahora lo son más.
Por tanto, en una sociedad como la nuestra con grandes desigualdades, la salud individual, más en el momento que vivimos, también tiene grandes desigualdades. La pobreza extrema da una menor esperanza de vida, más morbimortalidad y mayor mortalidad prematura, al no poder satisfacer las necesidades físicas y psicológicas básicas de la persona o personas. Personas que no pueden confinarse por no tener un hogar donde hacerlo o alimentar a sus hijos en los colegios, que hoy permanecen cerrados.
Tampoco es para todos igual, cuando se trata de nuestros mayores. Ello son las raíces que nos dieron y las alas para volar que nos tejieron. Aquellos a los que hemos relegado al más oscuro de los olvidos, solos, o viviendo en centros de mayores, la mayoría abandonados a su suerte. Despreciados, al priorizarse los años de vida para el ingreso en las ucis, en la creencia que ya han vivido lo suficiente.
¡No Madonna!, en esta pandemia también hay clases.