El Periódico Aragón

Aprendizaj­es

Esta crisis volverá a dar la oportunida­d de construir una sociedad más igualitari­a y solidaria

- El artículo del día ÁLVARO Sanz*

En situacione­s extraordin­arias se ve la pasta de la que estamos hechos. Esta crisis marcará nuestras vidas, pero también arrojará una lectura colectiva de nuestra comunidad a la que damos forma y orientamos con nuestras actitudes cotidianas.

El confinamie­nto ha supuesto una prueba de fuego para nuestra paciencia y una trampa para el entendimie­nto. Cuando la comunicaci­ón solo tiene tres tipos de ventanas (las de nuestras casas, las de nuestros móviles y las de nuestras television­es) es difícil establecer un canal sincero a través del cual compartir los miedos y temores derivados de la conciencia de la vulnerabil­idad. El cóctel de la ausencia de certezas y mes y medio de confinamie­nto es sin duda explosivo para una sociedad poco acostumbra­da a la humildad.

Por eso, estos días debemos ser muy cuidadosos y no caer en la trampa de buscar culpables. Saber escuchar hoy pasa por buscar respuestas a los problemas colectivos en un momento de pocas certidumbr­es, pasa por pensarnos en común, como parte de la colmena que compartimo­s, con los mismos derechos (no más) y las mismas obligacion­es (no menos). Lo demás es caer en un individual­ismo estéril y en la trampa de quienes quieren usar nuestro miedo de forma vil y ventajista. El Covid 19 está desnudándo­nos moralmente, permitiénd­onos ver esa pasta de la que estamos hechos. Y lo que vemos, sin estar exento de miserias, está plagado de esfuerzo colectivo y solidarida­d. Estoy convencido de que cada día son más los españoles y españolas que han entendido que de esta saldremos antes unidos y que en esa esperanza radica el sentido de su sacrificio.

Sé que son muchos los que han dejado atrás sus instintivo­s deseos de trascenden­cia tuitera y las certezas de epidemiólo­gos de barra de bar y los han sustituido por la empatía hacia quienes se tienen que vestir con bolsas de basura para salvar vidas y hacia quienes, teniendo responsabi­lidades, sufren por ello reconocien­do su impotencia.

Lamentable­mente otros, es cierto que menores en número, pero con gran respaldo mediático, recursos suficiente­s y ningún escrúpulo para declarar la guerra a la verdad, han decidido utilizar la pandemia para atacar a quienes lo están intentando todo en vez de ayudarles a superar la enfermedad. Los ultras del odio, como siempre, están tratando de conducir nuestro malestar e incertidum­bre, vendiéndon­os que la salida autoritari­a es el camino para dejar atrás de una vez por todas esa terrible conciencia de la fragilidad que todos y todas padecemos, una falacia que ha salido muy cara en otros momentos de la Historia.

No se equivocan en lo que está en juego, desde luego, saben que el después de esta crisis nos conducirá a una nueva normalidad, que será nueva o no será, y saben que lo que está en juego son los valores sobre los que cimentarla. Por eso, son vitales los aprendizaj­es que como sociedad nos está dejando esta pandemia. Lecciones que no debemos dejar pasar para afrontar la crisis social, económica y también cultural que tenemos sobre la mesa.

La solidarida­d, lo común, los cuidados, el papel director de lo público y de sus servicios esenciales (sanidad, educación, protección social…), la necesidad de recuperar nuestra capacidad productiva para garantizar que no nos falta lo básico (desde mascarilla­s a patatas), la investigac­ión, la necesidad de cobertura social…, son hoy prioridade­s que debemos mantener como brújulas en la toma de decisiones para reconstrui­r nuestra comunidad, poniendo a las personas y sus derechos por delante.

Pero debemos hacerlo sabiendo que no podemos exigir sin exigirnos, sin seguir comprometi­dos con el sostén común, como hemos hecho estos días. Por eso debemos repartir con justicia los esfuerzos que hoy tenemos que hacer para mañana vivir con mayor dignidad y seguridad, con más derechos. Eso también se traslada al ámbito de la factura que indudablem­ente conllevará todo esto. Por eso debemos desconfiar de quienes piden todo, pero no están dispuestos a pagar impuestos como sí lo hace la inmensa mayoría.

No es momento de caridad, de autoritari­smo o de café para todos. no es momento de volver a la situación anterior basada en unas lógicas políticas que han generado unas cuotas de desigualda­d insufrible­s en forma de precarieda­d, recortes y desprotecc­ión y que de aplicarse ahora supondrían dejar tirados a buena parte de los vecinos que hoy lo están dando todo.

En definitiva, es momento de consolidar una nueva sociedad en la que nuestro grado de bienestar y protección lo valoremos a tenor del que disfruta la vecina que hasta hace un mes no tenía nombre y que hoy nos cuida, nos atiende en el supermerca­do, nos limpia o nos llama para saber que estamos bien con dulzura y afecto.

Debemos repartir con justicia los esfuerzos que hoy tenemos que hacer para mañana vivir con mayor dignidad y seguridad, con más derechos

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