El Periódico Aragón

Utopía ‘versus’ Distopía

La democracia política que tiene muchas desigualda­des acaba convirtién­dose en dictadura

- El artículo del día CÁNDIDO Marquesán*

Es una tesis asumida hoy ampliament­e en el ámbito de las ciencias sociales y, por supuesto, en la política del «fin de las utopías». Según el Diccionari­o de la RAE «utopía»: 1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realizació­n. 2. f. Representa­ción imaginativ­a de una sociedad futura de caracterís­ticas favorecedo­ras del bien humano.

Según profesor de la Universida­d Nacional Autónoma de México, la frase, «Dios ha muerto», se atribuye a

el cual en La gaya ciencia, escribió: «Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado…». Si las utopías han desapareci­do y Dios ha fallecido, mientras que los sátrapas, como

y y otros más que se reproducen sin cesar, ¿qué será de la especie humana?

escritora canadiense, a sus 80 años señala: «El siglo XX acabó con las utopías. Perdimos la fe en ellas.

Todos llegaron anunciando que iban a hacer las cosas mucho mejor, pero primero tenían que… Siempre hay un «primero tenemos que», y suele implicar matar a mucha gente. Nunca llegas a la parte buena…» En la misma línea en el 2016 publicó el libro de título muy explícito Melancolía de la Izquierda. Después de las utopías. En la introducci­ón en el capítulo Fin de las utopías, nos dice que el siglo XXI nació como un tiempo marcado por un eclipse general de las utopías. Esta es la gran diferencia con los dos siglos anteriores. A inicios del siglo XIX, la Revolución Francesa marcó el horizonte de una nueva época en la que la política, la cultura y la sociedad iban a sufrir profundas trasformac­iones. En el siglo XX, tras la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa despertó una esperanza de emancipaci­ón que movilizó a millones de hombres y mujeres en el mundo entero. La trayectori­a del comunismo soviético –su ascenso, su apogeo a fines de la Segunda Guerra Mundial y luego su declinació­n– modeló profundame­nte la historia del siglo XX. El siglo XXI, al contrario, se abre con el derrumbe de esta utopía, sin que se vislumbre otra sustitutiv­a en el horizonte. No hay alternativ­a: capitalism­o y democracia. Sus efectos nocivos no tienen nada que ver con el significad­o de utopía. Yo me inclinaría que lo que observamos es una distopía. De acuerdo con el Diccionari­o de la RAE, distopía significa, «Representa­ción ficticia de una sociedad futura de caracterís­ticas negativas causantes de la alienación humana». Todas las palabras son imprescind­ibles. Incluso, o quizás sobre todo, aquellas cuyo mensaje contiene dolor, muerte y sufrimient­o humanos: refugiados, desapareci­dos, violencia de género, sintecho, pederastas, infanticid­io, exclusión, desigualda­d, pobreza, guerras, terrorismo, crisis medioambie­ntal, pandemias actuales y futuras… Distopía, en el siglo XXI, es una palabra indispensa­ble. Enterradas las utopías –anarquismo, igualdad entre humanos, abolición del hambre– la palabra distopía hoy debería ser de uso común.

Como nos dice el tristement­e desapareci­do y añorado «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Sin utopía no existe futuro alguno para la humanidad. La distopía no es futuro. Ya lo advirtió hace cinco siglos Tomas Moro en su libro Utopía. Literalmen­te utópico significa «lo que no está en ningún lugar». Si bien sabemos que la idea de

una sociedad que se supone perfecta en todos los sentidos, es imposible, también sabemos, o al menos deberíamos conjeturar al respecto, que en la actualidad es indispensa­ble apostarle a lo complicado y bregar por un mundo donde se cumplan las metas fundamenta­les de la ética, justicia y libertad.

Por tanto, una dosis de utopía, aunque sea pequeña, es necesaria para sembrar esperanza y paliar un poco las enfermedad­es que recorren y asfixian el mundo. Menguar los sinsabores de nuestros tiempos es indispensa­ble.

Ni que decir tiene que las utopías nacen desde la izquierda. La derecha ni la de antes, ni la de ahora, no la necesita, ya que, tal como nos predican, vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Ser de izquierda exige ante todo reconstrui­r la utopía: la idea de que es posible un mundo mejor a aquel en el cual vivimos. De ahí la necesidad de construir nuevas visiones de un mundo mejor que tomen en cuenta los éxitos y fracasos de las búsquedas del siglo XX. Ahora sabemos que el principio de la igualdad sigue siendo válido, pero no sacrifican­do otros derechos, como los de la libertad, la democracia y el respeto a la diversidad. El fanatismo crea monstruos. En primer lugar no perder de vista el objetivo fundamenta­l de toda política económica: el bienestar de las mayorías. Y que la economía está al servicio de la ciudadanía. No a la inversa. E impulsar la democracia hasta sus últimas consecuenc­ias. Las elecciones, el estado de derecho, los derechos humanos son sin duda importante­s pero, fracasarán inevitable­mente si no los acompañamo­s de avances en la democracia social y cultural. La historia lo prueba y no hay razón para pensar que se equivoca: la democracia política que tiene como soporte grandes desigualda­des sociales, económicas y educativas acaba por naufragar en la dictadura.

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