Adiós a Ana Alba, periodista de raza y apasionada
La corresponsal de Zeta en Jerusalén fallece a causa de un cáncer
Cuando el pasado fin de semana vimos que Ana Alba solo contestaba con emoticonos a nuestros mensajes de ánimo, supimos que el final estaba muy cerca. Ella, que nunca había ahorrado explicaciones sobre su estado de salud, solo era capaz de enviarnos ahora un corazón rojo. El cáncer contra el que luchó con gran coraje durante tres años iba a ganar una partida que intuímos difícil desde el principio pero que jugó sin rendirse jamás. Sin perder la sonrisa ni la esperanza. Ni en los últimos meses, cuando los estragos de la enfermedad le hacían la vida tan difícil, renunció a su sueño de volver a su Jerusalén querida, ciudad en la que fue corresponsal para El Periódico los últimos nueve años.
Ana se ha ido muy pronto, a los 48 años, pero nos deja a una huella imborrable. A sus compañeros en Israel, su segunda familia que tanto la cuidó en sus idas y venidas de los últimos años, entre sesión y sesión de quimioterapia. Nos quedará el recuerdo de sus crónicas, escritas siempre desde el rigor y una gran sensibilidad, y de su profunda humanidad y humildad. Porque Ana ha sido siempre una enorme periodista y una humilde persona, algo que es difícil de casar en esta profesión que tanto amaba. Era una apasionada del oficio. No lo concebía sin pasión. Una devoción que solo competía con la que sentía por sus sobrinas, Aitana y Daniela, de las que siempre estuvo muy cerca pese a vivir muy separadas.
Ana tuvo claro que lo suyo era el periodismo internacional. Tanto que en el año 1997 se plantó en Bosnia-Herzegovina como periodista freelance, interesada en cubrir las heridas y los traumas que había dejado la guerra en ese país. Empezó a trabajar para del diario Avui. Vivió tres años en Sarajevo. Hoy la lloran allí también grandes amigos, a los que siempre trató de dar voz cuando el mundo se olvidaba de ellos. Luego llegaron Kosovo y otras guerras y conflictos, siempre moviéndose en zonas del mundo difíciles con la misma premisa: las personas en el centro de la noticia. «Personas que nos abren sus casas, sus corazones, comparten con nosotros momentos íntimos a menudo en situaciones de gran sufrimiento y horror. Personas por las que debemos sentir gran respeto y empatía», decía.
En Israel ha sido una corresponsal impecable, trabajando durante nueve años en ese terreno minado con el mismo rigor, seriedad y profesionalidad que el primer día. Nunca quiso marcharse de allí. Creía que había demasiadas injusticias todavía por contar.
Afortunadamente, el reconocimiento a su labor lo tuvo en vida. A diario, con las muestras de respeto y admiración de sus compañeros y con los dos merecidos premios que recibió en el último año. El pasado mes de mayo fue la segunda finalista del Premio Cirilo Rodríguez y en marzo fue galardonada con el premio Julio Anguita Parrado. Ana se va sin ver el estreno de su última gran obra, el documental Condenadas en Gaza, realizado junto con la también periodista y amiga Beatriz Lecumberri.
Un documental que se adentra en la situación de las mujeres de la franja de Gaza que sufren cáncer y que debido al bloqueo israelí ni pueden viajar ni pueden recibir tratamiento. Para ella, ese era el auténtico drama y no el suyo. Ya muy enferma, dedicó a estas mujeres sus últimos esfuerzos. ¡Qué grandeza la tuya, queridísima Ana!
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