El Periódico Aragón

La belleza como lastre

El documental ‘Bombshell’ relata la lucha estéril de Hedy Lamarr por ser valorada más allá de su rostro

- NANDO SALVÀ eparagon@aragon.elperiodic­o.com BARCELONA

La actriz fue también inventora de ingenios precursore­s de tecnología­s como el wifi o el Bluetooth

Atrapada en un matrimonio nefasto, la mujer más hermosa de su tiempo escapa de Austria con un puñado de secretos de los nazis. Tras abrirse camino en Hollywood se convierte en una gran estrella pero, en lugar de conformars­e con ese estatus, inventa una tecnología revolucion­aria que, décadas después, hará los smartphone­s posibles. La historia no es invención de un guionista de películas de serie B sino la de la vida misma de Hedy Lamarr, de su lucha contra los prejuicios impuestos sistemátic­amente sobre ella y de las contribuci­ones efectuó a la sociedad --y por las que nunca obtuvo el reconocimi­ento merecido--. De todo eso habla Bombshell: La historia de Hedy Lamarr, el documental que hoy llega a España a través de la plataforma Filmin.

«Cualquier chica puede ser glamurosa», afirma la propia actriz al principio de la película. «No tienes más que estarte quieta y parecer estúpida». Y es una observació­n fulminante, especialme­nte puesta en boca de quien llegó a ser conocida como «la mujer más bella del mundo». Lamarr protagoniz­ó grandes taquillazo­s –como Sansón y Dalila, líder de recaudació­n en 1949– y se midió a intérprete­s como Clark Gable y James Stewart, pero sus personajes siempre fueron meros objetos de deseo. Así fue desde que con 19 años --entonces aún se llamaba Hedy Kiesler– protagoniz­ó la escena más memorable de Éxtasis (1933), que fue la primera película no pornográfi­ca en mostrar un orgasmo femenino y el motivo por el que su primer marido, un comerciant­e de armas llamado Fritz Mandl, trató de alejarla de los escenarios y convertirl­a en mujer florero. Ella, a cambio, huyó en bicicleta de Viena, vestida de criada y con sus joyas metidas en un bolso.

ICONO A SU PESAR

Su belleza conquistó / América. Su rostro inspiró no solo los rostros de Catwoman y la Blancaniev­es de Disney, sino también los de miles de mujeres que se sometían a cirugía plástica. Pero su aspecto y su agitada vida amorosa eran todo lo que parecía interesar a la prensa y el público de ella. En pantalla, es cierto, Lamarr podía mostrarse rígida y distante, como si tuviera la mente en otro sitio. Y quizá así fuera realmente porque, en lugar de vivir el tipo de vida que se esperaba de una estrella de Hollywood, ella pasaba su tiempo pensando en nuevos objetos e invencione­s. Diseñó alas aerodinámi­cas para los aviones del magnate Howard Hughes, con quien tuvo un romance; ideó una tableta que, al disolverse en agua, la convertía en refresco de cola; esbozó un sistema que ayudaría a las personas discapacit­adas a entrar y salir de la bañera. Su gran creación, eso sí, fue otra.

En 1940, decidida a ayudar al bloque aliado en la guerra, la actriz colaboró con el compositor vanguardis­ta George Antheil en el desarrollo de un sistema de guía por radio para torpedos, que los permitía mantenerse indetectab­les por el enemigo; después de

«Mi rostro es una máscara que no puedo quitarme. Estoy obligada a vivir con él, y lo maldigo», afirmó

todo los años pasados junto a Mandl, callando y escuchando en las reuniones de su exmarido con altos cargos de Mussolini y de Hitler, la habían dotado de un conocimien­to privilegia­do de la tecnología armamentís­tica. Aunque su invención obtuvo la patente en 1942, el ejército estadounid­ense inicialmen­te decidió ignorarla. Como Bombshell recuerda, Lamarr fue advertida de que, si quería contribuir al esfuerzo bélico, mejor sería que se dedicara a entretener a las tropas o a recaudar fondos vendiendo besos. Años después su idea fue usada militarmen­te durante la Crisis de los Misiles, y con el tiempo se convirtió en la base de avances como la telefonía de tercera generación y las conexiones wifi, Bluetooth y GPS. Ni ella ni sus herederos vieron nunca un céntimo por ello.

EL DECLIVE

/A medida que perdía el esplendor físico, su carrera entró en serio declive; a ello contribuye­ron tanto su arresto en 1966 por hurtar en una tienda --volvería a cometer el mismo delito en 1991-como la publicació­n ese mismo año de la autobiogra­fía Éxtasis y yo, completada por escritores a sueldo y centrada exclusivam­ente en asuntos morbosos como proezas sexuales y adicciones a las drogas, y que ella misma catalogó de •falsa, vulgar, escandalos­a, difamatori­a y obscena». Convertida en hazmerreír, Lamarr decidió alejarse de la vida pública. Y su reclusión no hizo sino agravar su conflicto con su propio cuerpo. Tras repetir durante años que el aspecto físico no le importaba, ver cómo su belleza se marchitaba le resultó insoportab­le, y una sucesión de operacione­s estéticas acabaron desfigurán­dole el rostro.

Cuando murió en el 2000 a los 85 años, los obituarios que se escribiero­n en su memoria tan solo mencionaro­n de soslayo la invención con la que en el pasado había intentado cambiar el mundo, y en general pasaron por alto la tragedia de una mujer demasiado bella para ser tomada en serio, como actriz o como inventora. «Mi rostro es una máscara que no puedo quitarme», dijo Lamarr una vez. «Estoy obligada a vivir con él, y lo maldigo».

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EL PERIÓDICO La legendaria actriz e inventora Hedy Lamarr.

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