El Periódico Aragón

Tiempos de terapia

Las crisis sociales desvelan de un modo abrupto las tripas del entramado institucio­nal que hay

- El artículo del día JOSÉ ÁNGEL Bergua*

TQuizás hagan falta más situacione­s como la de esta pandemia y que la administra­ción de la vida le resulte imposible para que el Estado cambie

umbado en el diván, de repente, el analizando le suelta al psicoanali­sta: «¿No habrá usted pensado que yo quería matar a mi padre?». Como una esfinge, el terapeuta responde: «Disculpe, yo no he dicho una palabra hasta ahora». Entonces el analizando (se) dice: «¡Hostia! He querido matar a mi padre». El acceso a este (re)conocimien­to es lo que desencaden­a el proceso de cura.

A nivel social, más exactament­e institucio­nal, hay infinidad de fenómenos que repiten este esquema. En efecto, si ante la acusación penal lanzada a un sujeto cualquiera, este tiende a responder algo así como «disculpe, no he hecho nada incorrecto», el sistema bien podría pensar, como el paciente del primer ejemplo: «¡Vaya!, tiendo a culpabiliz­ar a las gentes!». Es precisamen­te para curarse de tan lamentable hábito que el sistema ha inventado la presunción de inocencia. Así que este principio jurídico, no está puesto porque se piense que la gente es naturalmen­te inocente, sino por lo contrario: para limitar la irrefrenab­le tendencia de las institucio­nes a adjudicar culpas y castigos a los sujetos. Eso sí, siempre que dichas institucio­nes lo reconozcan y se arrepienta­n de ello.

Otro ejemplo. Si ante la tendencia del Estado a regular la vida ordinaria de las gentes, estas responden algo parecido a «disculpe, sabemos y queremos hacer las cosas nosotros solos», el Estado, como nuestro paciente, podría pensar: «¡Caramba! tiendo a subestimar a las gentes». Para remediar esta predisposi­ción se han inventado los derechos civiles, hoy en un lugar destacado de cualquier carta constituci­onal. Por lo tanto, estos y otros derechos no están porque sean naturales sino para protegerno­s de un Estado que tiende permanente­mente a subestimar­nos. También en este caso es necesario que el Estado lo reconozca, se arrepienta y cure.

EL PROBLEMA no pueden dejar de desconfiar de las gentes, aunque estas no cometan delitos y sean capaces de autorregul­arse, ya que es más poderoso su hábito ontológico de considerar­las culpables por un lado e incapaces o súbditos por otro. La presunción de inocencia y los derechos civiles tienen la función de frenar esos impulsos. Tanto la Justicia como la democracia saben perfectame­nte todo esto. Sin embargo, aun sabiéndolo, suelen librarse de esos frenos sin mucho pudor. Como lo saben y, a pesar de todo, lo hacen, no son ignorantes, tampoco están enfermos y ni mucho menos están curados, sino que son cínicos. Si el Estado hiciera caso a las gentes tal y como el analizando presta atención al terapeuta, podría ponerse en la posición necesaria para curarse. Sin embargo –conviene insistir en esto–, el Estado ya lo sabe todo y sigue haciendo lo mismo porque estás instalado en el cinismo.

Afortunada­mente nos quedan las crisis. En efecto, las crisis sociales, del mismo modo que las personales, tienen la virtud, por un lado, de desvelar de un modo abrupto y directo las tripas del entramado institucio­nal en el que nos desenvolve­mos. La que ahora tenemos encima pone de manifiesto, como ya nos habían advertido antes tantos estudiosos de la cosa, que el estado de alarma (mejor dicho, el estado excepción) es la razón de ser y origen de lo político, por lo que la democracia es su excepción. Pero, por otro lado, también manifiesta esta crisis la poca consistenc­ia y falta de sentido común de las leyes, normas, reglamento­s etc. Las meteduras de pata con las peluquería­s al principio, el permiso de los niños para ir a los supermerca­dos después y la continua incapacida­d para contar bien a los muertos y contaminad­os, son solo tres ejemplos ello. En las situacione­s estables no nos damos del todo cuenta de esto porque el Estado se limita simplement­e a gestionar la cosa, pero en las inestables, donde se necesitan decisiones de otro tenor, cualquiera puede ver de frente y a la cara lo poco capaz que es el Estado para hacer frente a los imprevisto­s. De modo que quizás hagan falta más crisis y que la administra­ción de la vida le resulte imposible para que el Estado cambie. Quizás desapareci­endo. Ya iremos viendo.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain