El Periódico Aragón

Sobre las residencia­s (1)

- MIGUEL Miranda*

Lo que ha pasado en las residencia­s da mucho para pensar y nos obliga a innovar. Hace unos años se preguntó a los mayores aragoneses si las administra­ciones tenían que hacer o no residencia­s. La respuesta era que sí, pero «por si acaso» y «para otros, para los que lo necesiten». Y sin más reflexión muchos ayuntamien­tos se lanzaron a construir residencia­s, no iban a ser menos que sus vecinos. Lo de menos era pensar si habría suficiente demanda y sobre todo si no sería más convenient­e diseñar otro tipo de soluciones que permitiera­n a las personas dependient­es o discapacit­ados permanecer en su domicilio el mayor tiempo posible. Es verdad que poco a poco se habían producido distintos cambios sociales, lentos, pero contundent­es: 1.- El proceso de urbanizaci­ón, abandonand­o el medio rural para ir a vivir a pisos más bien reducidos, casi insuficien­tes, para la convivenci­a de dos generacion­es. La tercera, la de los mayores, no cabía. 2.- El envejecimi­ento progresivo. Éramos una sociedad más rica, con mejor alimentaci­ón y mejores sistemas de bienestar, incluida la atención sanitaria. 3.- Las que tradiciona­lmente cuidaban, las mujeres, consiguier­on un avance social más que justificad­o: se incorporar­on con todo derecho al mercado laboral. La consecuenc­ia de todos estos factores y algún que otro más, fue la proliferac­ión de residencia­s que había que llenar. Algunas eran macro con cientos de habitacion­es compartida­s, al estilo hospitalar­io. Pero la realidad se impuso y ser mayor de 65 años ya no era suficiente, porque la población que necesitaba cuidados más constantes y especializ­ados fue ocupando camas y residencia­s enteras. Y lógicament­e, cambiaron los criterios para acceder a las plazas públicas… Seguiremos, que queda mucho por pensar y por cambiar.

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