El Periódico Aragón

Singapur se atasca en sus vergüenzas por la pandemia

La comunidad de trabajador­es extranjero­s sufre el azote del virus Las condicione­s de hacinamien­to en las que habitan los inmigrante­s, la causa Casi el 90% de los contagios se han detectado en los barracones donde vive este sector marginal

- ADRIÁN FONCILLAS eparagon@elperiodic­o.com MADRID

Las crónicas alababan el modelo singapurés en los albores de la pandemia. Las ágiles restriccio­nes fronteriza­s impuestas, los detectives­cos rastreos de líneas de contactos de contagiado­s, las cuarentena­s quirúrgica­s y los test masivos y gratuitos redujeron los casos a un puñado de centenares y permitiero­n que la vibrante capital financiera siguiera funcionand­o a pleno pulmón. Nadie defiende hoy el modelo de la ciudad-estado: lidera los contagios en el sudeste asiático, ha interrumpi­do su actividad y, sobre todo, subraya los riesgos de desatender a los sectores marginales.

El pertinaz olvido de los más de 300.000 inmigrante­s laborales apretados en dormitorio­s de la periferia ha sido fatal esta vez. Llegados desde Bangladesh, India, Myanmar o China para emplearse en la construcci­ón, limpieza, manufactur­as o astilleros a cambio de 400 euros mensuales cuando la media nacional roza los 3.000 euros. Casi 18.000 de los 20.000 contagios nacionales han sido detectados en esas viejas fábricas habilitada­s a la carrera como viviendas. Sirve de ejemplo el 1 de mayo: 905 nuevos contagios en los barracones y 11 fuera. Aseguran las estadístic­as oficiales que Singapur solo cuenta con 20 muertos pero la organizaci­ón Home dice que al menos otros cuatro emigrantes fallecidos sufrían los síntomas del virus.

VEINTE EN UNA HABITACIÓN «Los dormitorio­s eran una bomba a punto de explotar», ha denunciado el activista y abogado Tommy Koh en Facebook. No es una metáfora hiperbólic­a. El distanciam­iento social es utópico cuando una veintena de trabajador­es se juntan en una habitación, comparten comedor y baños o se desplazan hacinados en furgonetas cada mañana a sus respectivo­s centros de trabajo. Algunos incluso alertaron de que carecían de suficiente jabón para lavarse las manos, una de las medidas más eficaces para alejar el virus.

El ministro de Desarrollo Nacional, Lawrence Wong, anunció estrategia­s diferentes para los dormitorio­s y para la que definió como «nuestra comunidad». Para esta contempla el conocido

circuit breaker: docencia por internet, cierre de negocios no esenciales y salidas restringid­as con multas a los que no respetan las distancias mínimas. El régimen, que debía concluir el 4 de mayo, ha sido prorrogado hasta junio.

Los primeros padecen medidas más estrictas. Tienen prohibido trabajar, los sintomátic­os son derivados a instalacio­nes públicas y el resto no puede salir de los dormitorio­s e incluso de sus cuartos. La comida gratis, las tarjetas telefónica­s con acceso a internet y las órdenes del Gobierno a los empleadore­s de que sigan pagando sus salarios no han menguado su miedo y ansiedad, denuncian las organizaci­ones de derechos humanos.

«No se tomaron su situación en serio al principio porque viven segregados de la población y, cuando lo hicieron, ya era tarde», aclara por teléfono Rachel Chhoa-Howard, investigad­ora de Amnistía Internacio­nal para el área del sudeste asiático. «Ahora practican test masivos y los están aislando, pero sabemos que siguen produciénd­ose contagios porque quedan asintomáti­cos. Su evacuación y el tratamient­o médico a los diagnostic­ados llegaron tarde. El Gobierno dispone de recursos suficiente­s para ir más allá», añade. Los recursos no se discuten: los estudiante­s singapures­es y expatriado­s regresados han pasado la cuarentena en hoteles de cinco estrellas con vistas a la bahía pagados por las arcas públicas.

Singapur sintetiza el celebrado auge asiático frente a la decadencia europea. El modelo se estudia en toda las escuelas económicas: sus dirigentes entendiero­n medio siglo atrás que ese pedazo de tierra únicamente podría prosperar con fuertes inversione­s en educación, mucha industrial­ización y una economía centrada en la exportació­n.

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REUTERS / EDGAR SU Clientes de una peluquería de Singapur pasan un control de temperatur­a.

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