La primera víctima es la verdad
Corren tiempos difíciles. Este año 2020 lleva camino de ser recordado como uno de los más penosos de la historia. La pandemia se está llevando por delante muchas vidas (nunca se sabrá cuántas dado el oscurantismo de todos los Gobiernos) y está acabando con la verdad.
Una sociedad plenamente democrática debe ser y estar bien informada por quienes la gobiernan, lo que no ocurre ahora. Pero, a falta de un gobierno sincero y transparente, los que informan deberían comportarse con decencia y claridad. Muchos no lo hacen.
No tengo la menor idea de si el número de fallecidos por el coronavirus que publica el Gobierno de España es cierto o está rebajado a su conveniencia, lo que sí sé, por lo oído y leído, es que algunos ¿informadores? niegan las cifras oficiales sin ofrecer prueba alguna de lo que afirman, usando expresiones tan burdas como «El Gobierno dice que son 27.000 los muertos, pero yo creo que deben ser por lo menos el doble»; o «Yo calculo que los muertos son un 40% más de lo que publica el Gobierno». Como verán, se trata de argumentos nada científicos, muy propios de la expresión popular «A ojo de buen cubero».
Hiram Johnson, senador estadounidense, afirmó en 1917 que «La primera víctima de una guerra es la verdad». Los gobiernos inmersos en la I Guerra Mundial mintieron sobre lo que ocurría en el frente y también sobre lo que sucedía en la retaguardia, ocultando que en sus países causaba estragos la «Gripe española», que se llevó por delante a millones de personas en todo el mundo. Se llamó así porque en España, que no participó en esa guerra, los periodistas informaban de la epidemia sin apenas censura, lo que no ocurría en las naciones beligerantes.
Winston Churchill, quizás el inglés más notable de todos los tiempos, sabía bien que la verdad sucumbe en tiempos de conflictos, y por eso aseguró en plena II Guerra Mundial que «En época de guerra, la verdad es tan preciosa que debería ser protegida de la mentira por un guardián».
Y ahí andamos, sumidos en una manipulación de cifras, en un baile de números y en un cúmulo de sin sentidos que no obedecen a la obligación de una información veraz y transparente sino a los intereses de los diferentes grupos de poder.
La información objetiva, la ausencia de manipulación, la transparencia y la independencia de criterio no acaban con la epidemia, desde luego, pero la ausencia escandalosa de todos esos valores nos está arrastrando a una sociedad más pobre, más triste y más enconada. Y parece que a algunos le gusta que así sea.