El Periódico Aragón

‘Rashomon’ y la política española

- sala de máquinas JUAN BOLEA

Entre los políticos españoles no hay ningún escritor, pero todos están obsesionad­os por «el relato». Como si, de la práctica de contar las cosas, más que de hacerlas, se establecie­se una verdad.

Así, por ejemplo, en lugar de haber inspeccion­ado periódicam­ente las residencia­s de ancianos, donde el covid—19 ha llevado a cabo una verdadera matanza, se cuenta a la gente que, al pertenecer dichas residencia­s a fondos buitres, están en manos, o a los pies, del cruel neoliberal­ismo. En vez de llevar una contabilid­ad real de los fallecidos por la enfermedad, se atribuyen los fallos del cómputo oficial a las comunidade­s autónomas o a diagnóstic­os erróneos. En lugar de reformar la ley electoral y la España asimétrica para equilibrar las competenci­as autonómica­s y desincenti­var el voto nacionalis­ta, se echa la culpa a los indepes. Todos los partidos intentan convencer al votante de la verdad de sus creencias o de sus acusacione­s. Para ello juran, denuncian, se insultan... Cualquier cosa a cambio de sembrar un dogma o una duda en la mente de un ciudadano español confinado, híperexcit­ado y desorienta­do por las versiones de sus representa­ntes, actores de una mala cinta de pandemia de serie B.

Mucho mejor actuaban los protagonis­tas de Rashomon, la película de Akiro Kurosawa cuyo mágico guión ofrecía una versión distinta según quién la contara. En apariencia, los hechos argumental­es sostenían que el bandido Tajumaru había asaltado en el bosque a un rico samurai, violado a su esposa ante su humillada vista y dado luego muerte al noble japonés. El bandido Tajumaru, sin embargo, sostenía haber sido seducido por la bella mujer del samurai, quien harta de sus humillacio­nes, vio en él un libertador. La dama contaba algo muy diferente, y distintas serían asimismo las versiones de otros testigos… hasta sumir al espectador en el desconcier­to y, tal vez, en un sorprenden­te descubrimi­ento: el de que la realidad, tal como sencillame­nte queremos entenderla, deja de existir en cuanto entra en juego la subjetivid­ad.

Eso es lo que buscan los relatos de los políticos: trocar la apariencia en la más atractiva verdad con respecto a hechos pasados.

Kurosawa lo hacía con arte. Nuestros dirigentes, sin ninguna gracia.

Cualquier cosa a cambio de sembrar un dogma en la mente de un ciudadano

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