Daniel Gascón pinta una divertida galería de personajes en ‘Un hipster en la España vacía’
«El protagonista es
«Para mí, un hipster es alguien un tanto moderno, contrario al mainstream, que quiere llegar antes a las cosas, que tiene aspiraciones culturales y la necesidad de que se vea que es así, de demostrarse». Por eso Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) eligió esta figura y no la de cualquier otro joven urbanita, «pues creo que da más juego, que el contraste es más grande», para trasladarlo a un pueblo imaginario de Teruel, La Cañada, y trazar un retrato irónico de los contrapuntos entre el mundo rural y la ciudad en Un hipster en la España vacía (Literatura Random House).
El hipster es Enrique, un joven que llega a La Cañada tratando de buscar su sitio en un mundo más natural, y con unas ideas un tanto excéntricas para los habitantes del lugar, que no son menos excéntricos. Y ahí es donde entra el humor a jugar un papel fundamental. «En mis obras siempre hay humor, pero en esta ocasión pensé que ese contraste de personajes daba posibilidades de hacer humor puro y para mí era muy estimulante poder escribir ficción con un código exagerado y expresionista», cuenta Gascón, escritor, traductor, guionista y columnista de El PERIODICO DE ARAGÓN.
La novela comenzó como un divertimento, siendo publicados los textos por entregas en la web de la revista Letras Libres. «Vi que la gente se divertía, y eso me animó a seguir», dice.
Y así llegó este hipster de izquierdas a La Cañada, con la intención de establecerse allí, rodeado de naturaleza y gentes teóricamente menos contaminadas por la deriva de la modernidad, con la intención de implantar varios proyectos. Entre ellos un taller de masculinidades y un huerto colaborativo. Casi nada,
Y claro, las personas/personajes del pueblo lo miran con desconfianza, por no decir rechazo algunos de ellos. «En los pueblos siempre hay personajes imprescindibles, el del bar, el maestro, el cura, el alcalde...», dice Gascón, que ha vuelto los ojos a su infancia para tomar los referentes, ya que de chico vivió en pueblos de Teruel como Urrea de Gaén y La Iglesuela del Cid, «Además, mis abuelos eran de Ejulve y también he tomado de ahí parte de las expresiones. He partido de algo que conozco, de ese contraste entre el pueblo y la ciudad que viví de niño. Conocer la vida del pueblo me ha alimentado de anécdotas y espacios, pero todo lo he exagerado buscando las aristas para crear situaciones interesantes y divertidas».
La cuestión es que el choque entre culturas es tan manifiesto como inevitable. La pregunta sería, ¿tan distintos son ambos mundos y tan poco conocemos los unos de los otros?. «Hoy no hay tanta distancia, hay una continuidad pues la gente que emigró a la ciudad sigue conservando los vínculos con el pueblo, pero también es verdad que cada vez hay más población urbanita que tiene una visión romántica del campo basada en la abstracción y eso es lo que he querido reflejar poniendo a un personaje que aterriza como un Quijote lleno de ideales y que cae como un elefante en una cacharrería».
Sin embargo, por / una casualidad, el joven es más que aceptado en el pueblo e incluso llega a ser alcalde. A partir de ese momento, el libro muda y de los primeros capítulos de adaptación de Enrique a su nuevos vecinos y viceversa se pasa a vivir historias juntos. Una parte en la que incluso cambia la forma de narrar. «Sí, los capítulos pasan a ser historias independientes, y cada uno es una aventura. Era la manera en la que podía hablar de los temas de hoy, de política, de Vox, de la memoria histórica... era la forma en la que los grandes temas tuvieran su sitio y poder encajarlos de forma humorística». Y es que, en el fondo, un pueblo «es un microcosmos» en el que se reproduce a escala reducida todo lo «macro», es decir, «hay un responsable del gobierno, de la educación, hay emigrantes, diversidad sexual...» También, cómo no, los problemas de esa España vacía del título, tomado del libro de Sergio del Molino. Un libro que salva al protagonista de morir de un disparo. «El libro de Del Molino ha visibilizado el problema de la despoblación. En esa escena, ese libro para la bala y es una alegoría, un homenaje para reconocer el mérito que ha tenido».
El final deja abierta la puerta tanto a seguir contando más historias de los personajes de La Cañada como a imaginar cierta esperanza para los pueblos de esta España vacía, aunque aquí el autor es más realista y asegura que el futuro de tanto pueblo pequeño «es la parte más triste; hay un miedo a la extinción que es real. Quizá la solución es que las cabeceras de comarca puedan mantenerse y eso podría estabilizar su población y la de los pueblos de alrededor», concluye.
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