Incómodos monstruos familiares
Aunque se inscriba en el drama familiar, Algunas bestias podría considerarse perfectamente una película de terror. Los personajes quedan encerrados en una isla remota y deshabitada, entre ellos comienzan a surgir tensiones, y poco a poco vamos asistiendo a la materialización de lo monstruoso.
El debut en la dirección del chileno Jorge Riquelme está enfocado a generar incomodidad. Conduce al espectador por territorios muy oscuros y morbosos hasta llegar a un límite en el que el nivel de tolerancia se topa con el cuestionamiento moral. ¿Hasta qué punto es necesario visualizar un acto atroz en plano fijo durante más minutos de lo permitido con el propósito de generar un visceral rechazo? Algunas bestias se sumerge en ese debate en torno a la naturaleza de las imágenes y su explicitud, un espacio de controversia en el que lo políticamente incorrecto adquiere una nueva dimensión a modo de revulsiva catarsis sin lugar para el simbolismo.
Hasta llegar a ese punto de no retorno, Riquelme nos aproxima a las relaciones que se establecen entre los miembros de una familia (padres, hijos y abuelos) a través de un ejercicio de progresiva tensión atmosférica marcado por el huis clos en el que lo paradisíaco se torna claustrofóbico. Hay enfrentamientos por la herencia, diferencias generacionales, conversaciones repletas de bilis marcadas por la homofobia, el clasismo y los abusos de poder, generándose una latente violencia interna dentro del relato y la sensación de que nunca llegamos a tener todas las piezas que conforman este retorcido puzle.
El director mantiene la sensación de angustia desde principio a fin, casi como si estuviéramos asistiendo a la representación de una gélida tragedia griega, perfectamente coreografiada de forma interna en la que la hipocresía social y la degeneración se sitúan en primer término.