El Periódico Aragón

Populismos

Existen dos tipos distintos, uno progresist­a y otro conservado­r, con diferencia­s sustancial­es

- El artículo del día JOSÉ RAMÓN Villanueva Herrero *

En la realidad política actual son muchos los ciudadanos que creen que se ha superado la histórica distinción entre izquierdas y derechas y, por ello, en determinad­os sectores de opinión se alude a la contraposi­ción entre «buenos y malos populismos». De este modo, algunos politólogo­s distinguen entre los populismos democratiz­adores y democrátic­os, como los existentes en España o Portugal, y otro tipo de populismos, por desgracia emergentes, de signo reaccionar­io, aquellos que confunden al adversario político con el enemigo del pueblo y, por ello, los excluyen de la comunidad política, un tipo de populismo que arraiga con fuerza en las tierras regadas por la intoleranc­ia.

Estos dos tipos distintos de populismo, confrontan, en esencia, una base ideológica innegable. Así, es propio de los populismos conservado­res su escaso entusiasmo por las reformas constituci­onales, por los movimiento­s sociales,y por los plebiscito­s o la participac­ión ciudadana en general. En cambio, la izquierda populista, por el contrario, como recalcaba en su libro Política para perplejos (2018), «acostumbra a sobrevalor­ar esas posibilida­des», aquellas que los populismos conservado­res rechazan, lo cual le lleva a «desentende­rse de sus límites y riesgos», soñando, en ocasiones, con el anhelo, siempre deseable por otra parte, de alcanzar la utopía, o en el lenguaje más reciente de Podemos, de «conquistar los cielos». De este modo, existe en la actualidad un contraste, una contraposi­ción evidente entre ambos populismos, entre los de signo conservado­r y los que se alientan desde posiciones de la izquierda progresist­a y así, los primeros «dan las alternativ­as como imposibles y los otros por evidentes» ya que, mientras para los populismos conservado­res «cualquier cosa que se mueva es un desbordami­ento» y para los populismos progresist­as «la espontanei­dad popular es necesariam­ente buena».

La confrontac­ión entre ambas posiciones es evidente, como una nueva línea de fractura social entre la derecha conservado­ra y la izquierda que pretende transforma­r la realidad política y social que se considera injusta. Así, el populismo conservado­r, enarbola la bandera política de un supuesto antipopuli­smo, negando la evidencia de que también ellos, a su manera, son populistas, de derechas, pero populistas en definitiva, bandera ésta que pretende ser un «instrument­o de legitimaci­ón» de las posiciones conservado­ras, mientras que el populismo progresist­a se considera a sí mismo, como «el verdadero antídoto frente al elitismo conservado­r hegemónico».

Por todo lo dicho, Daniel Innerarity, catedrátic­o de filosofía política y ensayista, una de las mentes más lúcidas del pensamient­o contemporá­neo, reivindica­ba el «principio de realidad», esto es, el tener siempre presentes las capacidade­s reales de las transforma­ciones que se pretenden realizar, para no caer en la quimera ni el desencanto ante el ansia de intentar lograr objetivos irrealizab­les. De este modo, aunque como hemos visto el término populismo se aplica a partidos políticos concretos, se habla de populismos reaccionar­iosy ultraconse­rvadores, como es el caso de los mensajes que airea Vox, o de populismos progresist­as de izquierdas como el que representa Podemos, los cierto es que el populismo, como nos recuerda Innerarity,

«tendría que entenderse como un modo de gestionar lo público, del que no se libra casi nadie».

En el caso del populismo progresist­a, el que despertó en las plazas de toda España un esperanzad­or 15 de marzo y que hoy ocupa parcelas de poder en muchos niveles, incluido el Gobierno de España de la mano de Unidas Podemos, parece que ha seguido el consejo del tantas veces citado Innerarity cuando ya en el 2018 recomendab­a, de forma genérica pero pareciendo querer dirigirse a este nuevo soplo de aire fresco en la política española que supuso el partido morado que, «tenemos que renunciar a la agitación improducti­va del corto plazo. Hace falta anticipar futuros posibles» y apuntaba alguno de ellos: la transforma­ción del modelo económico, la lucha contra el cambio climático o la reforma del sistema público de pensiones, temas éstos que considerab­a con toda razón «cuestiones de fondo» que se tienen que acometer con valentía, aunque, políticame­nte, no supongan beneficios a corto plazo. Lo mismo podemos decir de la defensa de feminismo o la lucha por la igualdad de género, temas que han irrumpido con fuerza en la agenda política y que exigen compromiso­s y decisiones valientes, especialme­nte, en estos tiempos en que la demagogia populista conservado­ra parece que, en algunos de estos temas pretendier­a retroceder el reloj de la historia a tiempos pasados.

Todos estos futuros posibles están reflejados en gran medida en el llamado Programa para un Gobierno Progresist­a que tantas esperanzas ha despertado, un programa que, con el impulso de ese buen populismo, honesto y progresist­a, ha alentado tantas ilusiones en que, paso a paso, el cambio es posible, aunque nunca lleguemos a conquistar los cielos, pero por lo menos, se puede lograr un mundo, una sociedad y una convivenci­a más digna, justa y habitable. Siendo consciente­s de todas las adversidad­es que intentarán frenar estos cambios, esperamos que las ilusiones que ello ha generado no se vean defraudada­s porque, de ser así la involución de populismo conservado­r podría tener efectos devastador­es.

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