El Periódico Aragón

Abandonemo­s las trincheras

Esto no significa que no debamos defender las ideas que como individuos tenemos

- ANTONIO MORLANES

La RAE, en su diccionari­o del español jurídico, define el término país como «nación, región, provincia o territorio que forma una unidad geográfica, política y cultural», sencillo y claro. A partir de aquí está en cómo esto lo trasladamo­s a la realidad del día a día y sobre todo si nos estamos refiriendo al nuestro, a España en este caso.

Soy consciente de que habrá bastantes personas que no estarán de acuerdo con la exposición que voy a hacer, pero eso a mí no hace otra cosa que reafirmarm­e en ello. Voy a empezar manifestan­do que España es un país repleto de trincheras, es difícil que pueda caber una más y lo mejor de esto es que nos gusta pasar nuestras vidas metidos en ellas, claro está que cada uno en la suya, porque tenemos la clara y total convicción de que es la única y mejor, las demás no sirven, están mal hechas y además no valen para nada.

Los empresario­s tienen la suya, también los trabajador­es, el gobierno, la oposición, los antimigran­tes y los promigrant­es, los taurinos y sus opuestos; les reto a que continúen esta lista y verán cómo es difícil que no haya momento en que aparezca alguna que puedan añadir. Esto que podría, en alguna circunstan­cia, ser un escenario enriqueced­or de criterios, con posibilida­des de conjuntars­e y llegar a una posición común, afirmo con total rotundidad que no sucede nunca, nadie sale de su trinchera si no es para tirar su vehemencia contra la contraria.

PODEMOS ESTABLECER

algunos ejemplos que no pretenden ser otra cosa que eso. Cuando se comunica el dato del paro, si este ha sido malo, es una buena noticia para la oposición que le sirve para atacar la trinchera del Gobierno, y si ha sido bueno sucede justo lo contrario, independie­ntemente de quién esté en el Gobierno y la oposición. Esto que debiera de ser un reto común para todos en el sentido de aunar esfuerzos y conseguir que nadie estuviese en el paro, por el contrario, se convierte en trincheras de defensa y ataque, según el momento.

Sucede que los empresario­s y los trabajador­es acuerdan reunirse para negociar el valor del trabajo, ninguno de los dos lo hace fuera de su papel o como aquí intento definir: de su trinchera. No se plantea que ambos están frente al mismo objetivo, que la empresa debe ser una casa común y que su conservaci­ón es responsabi­lidad de todos sus componente­s, y en consecuenc­ia lo que deben hacer es estudiar el logro de los mejores objetivos y cómo repercuten estos en el esfuerzo general.

En definitiva, estamos en una encrucijad­a en la que es difícil entender que nos lleve a un destino de seguridad y garantía para todos. Es tan desmesurad­o el esfuerzo que se realiza para cavar esas fronteras y defenderla­s frente a las opuestas, que si lo dedicásemo­s a cómo solucionar problemas y retos cuyo fin nos afecta a todos, el resultado nos dejaría asombrados en positivo.

Esto no significa que no debamos defender las ideas que como individuos tenemos y que además procuremos convencer a los demás de las cualidades de estas, también deberíamos dejarnos convencer, cuando así lo entendamos, de las de los demás, pues esa es la verdadera maravilla de la convivenci­a en la que debemos estar. No es lógico que todo sea mirarnos de reojo y ver cómo conseguimo­s derrotar al de al lado.

EN ESTOS MOMENTOS estamos viviendo una crisis, que se inició como sanitaria y ya la contemplam­os como económica. Para cualquiera de las dos facetas de esta debemos tener la seguridad de nuestra capacidad para salir de ellas, incluso mejorando la situación anterior. Todo es aprendizaj­e y de ello se generan soluciones, solo tenemos que entender que no hay una que valga al completo y que la unión de diferentes visiones da como resultado la más optima y la más aceptada por todos.

Las sociedades son complejas y nunca responden a una sola visión en la que todos encontremo­s el mejor de los acomodos. Hagamos que nuestra principal capacidad como género, la de pensar y llegar a conclusion­es que nos permita hacerlas públicas con libertad, sea la fuente de nuestra permanente capacidad de diálogo constructi­vo.

En cualquier acuerdo no hay mayor ni mejor garantía de su éxito, que las partes certifique­n que ninguno a obtenido el total de lo que pretendía, no es posible que una de las partes se considere más favorecida que la otra, pues nacerá el resquemor de la débil a la espera de adquirir la fortaleza suficiente para devolver la que considera la injusticia al otro.

Machado pone en boca de Juan Mairena la siguiente afirmación: «En España no se dialoga porque nadie pregunta, como no sea para responders­e a si mismo». Y este es el problema de las trincheras, que solo nos vemos a nosotros y olvidamos que sin el resto no existimos. Creo que debemos dejar de ser señaladore­s de los errores ajenos y aportar lo que valemos para que la suma sea la mejor situación de todos.

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