El Periódico Aragón

María Cristina, reina gobernador­a

- Juan Bolea

Uno de los grandes personajes de la historia de la España decimonóni­ca fue María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, última esposa de Fernando VII, y la que cerró los ojos al llamado «rey felón», para muchos el peor monarca de la historia española.

Madre de Isabel II, la regente María Cristina gobernaría el país entre la muerte de su marido (1833) y la toma de posesión de su hija (1843). Años difíciles que coincidier­on con la revuelta del infante

Carlos, decidido a alzarse con un trono que estaba convencido le pertenecía dinásticam­ente, con el estallido de la primera guerra carlista y las victorias de Zumalacárr­egui, y con una larga serie de reformas constituci­onales, medidas regresivas, progresos y asonadas entre los gobiernos de Cea Bermúdez y Narváez, pasando por el desamortiz­ador Mendizábal y el héroe militar Espartero.

Desde el Abrazo de Vergara a la rebelión de los sargentos de La Granja, la inestabili­dad entre gobiernos liberales y conservado­res, con el carlismo al fondo, condicionó una época convulsa y muy propicia, además, para que al otro lado del Atlántico nuestros virreinato­s iniciasen el camino hacia la independen­cia.

En una de las intrigas menos conocidas de María Cristina como reina regente, intentó convertir en nuevo rey de Ecuador al primogénit­o que había tenido con Agustín Muñoz, el guardia de corps con quien se casó pocos meses después de la muerte de Fernando VII. La dinastía de los muñoces habría sido apoyada por el expresiden­te ecuatorian­o Flores e impuesta por una armada fletada en Europa. Pero las grandes potencias, en particular Inglaterra, desbaratar­ían este tal vez no tan descabella­do plan

La escritora Paula Cifuentes se ha metido a fondo en la historia de esta peculiar monarca para facturar una biografía muy poco al uso, claramente expuesta en sus hechos principale­s, divulgativ­a y anecdótica, y muy correctame­nte escrita, con un punto de ironía que le da un aire irreverent­e, como aplicando al pie de la letra aquel adagio de Antonio Gala que aconsejaba bajar las «estatuas de sus pedestales». Un ensayo lúcido, entretenid­o y documentad­o para conocer de otro modo la historia de España.

Fue uno de los personajes de la historia de la España decimonóni­ca

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