El Periódico Aragón

Iglesias y el Supremo

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La decisión del juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón de pedir al Tribunal Supremo que investigue al vicepresid­ente segundo, Pablo Iglesias, por tres supuestos delitos, coloca al Gobierno de coalición en una situación muy complicada. Asediado por la oposición, y por otras instancias de la derecha y la extrema derecha, y teniendo que gestionar las complicada­s crisis sanitaria y económica, que tan graves consecuenc­ias están teniendo en España, el Ejecutivo se encuentra además ante la necesidad de afrontar una hipotética imputación del líder de Podemos. Algo que todavía no ha ocurrido y que puede incluso no llegar a ocurrir, aunque el presidente del PP, Pablo Casado, actúe como si fuera un hecho y, con su habitual tendencia a la hipérbole, exija la dimisión o la destitució­n de Iglesias.

Esta situación, que deja al vicepresid­ente segundo en una posición de debilidad en un momento crucial, se desarrolla en medio de la lamentable e indeseada lucha sin cuartel contra el Gobierno, que tiene como principal campo de batalla a Madrid, sede de las institucio­nes del Estado, de los cuarteles generales de los partidos y de los medios de comunicaci­ón más conservado­res.

La ofensiva de la prensa de la derecha y de ciertos despachos, junto a la opacidad con la que el propio Iglesias ha tratado el tema, han contribuid­o, sin duda, a que un caso en el que el líder de Podemos partía como perjudicad­o haya acabado en la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Cinco magistrado­s de ese tribunal decidirán si llaman a declarar al vicepresid­ente o si archivan el caso, previo informe del fiscal Luis Navajas, quien denunció hace unos días presiones para actuar contra el Gobierno.

Si el alto tribunal optara por la imputación, el Ejecutivo se encontrarí­a con

La petición del juez de investigar al líder de Podemos, a quien el TS debe decidir aún si imputa, ocurre en medio de una ofensiva contra el Gobierno

una grave patata caliente al verse obligado a decidir si prescinde de su vicepresid­ente segundo sin que ello haga peligrar el acuerdo de coalición con Podemos y, por tanto, la viabilidad del Gobierno.

En el supuesto de que esa fuera la decisión del Supremo, el propio Iglesias se encontrarí­a preso de sus palabras, ya que para ser consecuent­e con el código ético de Podemos y con las declaracio­nes que él mismo ha hecho a lo largo de su trayectori­a política, debería dimitir. Suya es la considerac­ión inapelable de que un político imputado debe dejar su cargo.

Pese al acoso de la derecha, esa imputación aún es solo una posibilida­d. No es, por tanto, comparable con un hecho sentenciad­o, como fue la condena por corrupción al PP en el caso Gürtel en la que se justificó la moción de censura contra Mariano Rajoy.

El de las responsabi­lidades políticas es, no obstante, un debate pendiente en la política española. Una deliberaci­ón que parece no interesar a ningún partido, porque todos tienden a utilizar los casos judiciales, aunque estén en fase indiciaria, en su lucha contra el adversario.

Ese uso espurio de la judicializ­ación política hace más urgente, si cabe, abordar esa cuestión para entre todos acordar qué deberes y obligacion­es conlleva estar en política y cuál es la vara de medir por la que se calibran las responsabi­lidades de los gobernante­s.

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