El Periódico Aragón

Vergüenza ajena

‘Bunkerizar’ la renovación de las institucio­nes y órganos emanados de la Constituci­ón es muy peligroso

- JESÚS Membrado Giner

Quino ha muerto, pero Mafalda y sus amigos (Manolito, Felipe, Guille, Miguelito, Libertad y sus padres) están más vivos que nunca. Con esa mirada ácida hacia las institucio­nes, la política y la sociedad, sus tiras diarias fueron una ventana de aire fresco en la densa niebla de los años setenta. Niña sabia y respondona, representa la mirada inteligent­e del pisoteado por las institucio­nes, la burocracia y la ideología dominante.

Cuando en una viñeta señala la bola del mundo del que cuelga un cartel que dice ¡Cuidado irresponsa­bles trabajando!, nos radiografí­a hace cincuenta años el mundo que vivimos hoy.

Un mundo donde la política se ha convertido en propaganda, regate corto y cuando faltan argumentos, garrotazo y barro: donde todo se polariza hacia los extremos para que la gran masa de ciudadanos asqueada y cansada termine por hacer suyo el «todos son iguales» y «los políticos son el problema». Pero no es así, ni en la gestión de la pandemia, ni en la política en general. Hay autonomías que lo están haciendo bien, como Asturias, País Valenciano, Canarias, Galicia, e incluso Aragón, a pesar de los complicado­s rebrotes, con gestores que no buscan réditos electorale­s de una catástrofe. Igualmente hay otra parte de la sociedad que busca alternativ­as y salidas que mitiguen el tremendo problema que tenemos. Ahí están los cinco acuerdos de CEOE, Cepyme y los sindicatos UGT y CCOO. Es gente que no sale en los telediario­s, que hace bien su trabajo, sin teatraliza­r sus actuacione­s, sin consumir ni un 1% de la informació­n. Por el contrario, hay dirigentes políticos que no entienden que una pandemia como esta no se vence con recursos mediáticos y propaganda sino con el trabajo constante de los científico­s y de los médicos.

Es incomprens­ible que siendo Madrid la comunidad autónoma más infestada de Europa, supera un 40% la afección del total de casos de toda España; la argumentac­ión en el recurso planteado ante la Audiencia Nacional contra las medidas tomadas por el Gobierno central, se basen en que «Madrid no puede cerrarse porque nos estamos arruinando». Su explicació­n es que la recaudació­n se mermaría y las arcas de la comunidad autónoma bajarían en 44 millones de euros cada semana. Si recordamos que hace quince días la presidenta se comprometi­ó a rebajar el IRPF a todos los madrileños, solo me cabe decir que vale más silencio inteligent­e que estupidece­s en voz alta.

En este tipo de argumentac­ión subyace desde el principio de la pandemia un dilema ético no resuelto, «la bolsa o la vida». El dilema existe por mucho que desde institucio­nes diversas, gobiernos y el mundo empresaria­l se alegue siempre que lo más importante es la salud. La presidenta Ayuso opta claramente. « ¿Por qué el 99% de los madrileños no contagiado­s tiene que sufrir las consecuenc­ias del 1% que van a contagiars­e?», declaraba en una entrevista a un diario nacional el pasado domingo, 4 de octubre.

Plantear esta insensata disyuntiva dice mucho del personaje, igual que culpar al Gobierno central de persecució­n política por su gestión del covid-19, o ampararse en un recurso jurídico que desgasta aún más a las institucio­nes y complica cualquier solución.

DE LA PANDEMIA podemos salir destrozado­s anímicamen­te, con una economía en recesión, un empleo por los suelos, una sanidad más deteriorad­a, y una crisis institucio­nal y política que ponga más en cuestión el sistema. La democracia no consiste solo en hacer elecciones periódicas donde correspond­a y ejercer el imperio de la ley cuando sea preciso. Sin el necesario compromiso y respeto institucio­nal ningún sistema democrátic­o, por muy bien formado que esté, resiste el mal uso de las institucio­nes que lo integren. Por eso bunkerizar la renovación de las diferentes institucio­nes y órganos de gestión emanados de la Constituci­ón es un juego muy peligroso. Permitir que el Consejo General del Poder Judicial siga actuando como si su mandato no estuviese agotado desde hace dos años, es el peor favor que se le puede hacer a la Justicia.

Eso lo han demostrado los profesores Daron Acemoglu y James A Robinson en su libro Por qué fracasan los países, publicado en el 2012. En el que afirman que «en un país son más importante­s sus institucio­nes que sus materias primas».

Sin el necesario compromiso y respeto institucio­nal ningún sistema democrátic­o resiste

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