El Periódico Aragón

Al público aunque el único espectador de la sala sea yo», dijo Chaplin

«Proyectaré la película

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llegó a prohibir hablar de Chaplin, acusándolo de «judío filocomuni­sta». En cambio, la película se estrenó en Inglaterra (1941), en EEUU tuvo lugar su segundo estreno en 1943, cuando el país ya había entrado en la II Guerra Mundial frente a las potencias del Eje, mientras que en Francia lo hizo en 1944 y en Italia en 1947 y en España no se proyectó legalmente hasta 1976, una vez muerto el general Franco y 36 años después de su estreno inicial.

El proceso de gestación y realizació­n de la película coincide con momentos convulsos y dramáticos de la historia reciente de Europa, cual fueron el auge del nazismo con la anexión de Austria y la Conferenci­a de Munich, ambos en 1938, así como la victoria franquista en la Guerra de España y el estallido de la II Guerra Mundial, hechos estos ocurridos en abril y septiembre de 1939. Todos estos acontecimi­entos dividieron a la opinión pública norteameri­cana, en algunos de cuyos sectores no se ocultaban simpatías filofascis­tas, también en Hollywood, donde actores como John Wayne evidenciar­on su apoyo a la sublevació­n franquista en España y sus posiciones visceralme­nte anticomuni­stas.

En este contexto, el estreno de El gran dictador adquiere una mayor relevancia pues supuso un firme compromiso de Chaplin por hacer frente a la marea fascista que se extendía de forma imparable. Por ello, esta obra maestra de la historia del cine supuso una contundent­e acusación contra el totalitari­smo mediante un inteligent­e empleo de la sátira y del humor como instrument­os.

Así lo vemos en el personaje que evoca a Hitler (Anstolfo Hynkel, dictador de Tomania) y el que representa a Mussolini (Bencino Napoloni, dictador de Bacteria), mientras que Chaplin está presente por medio de la figura del humilde barbero judío, mediante el cual se trasluce ya la persecució­n y sufrimient­o del pueblo judío, al cual también pertenecía Chaplin, por parte del delirio criminal nazi, aunque en el momento del estreno de la película, la humanidad todavía no tuviera conocimien­to de lo que poco más tarde supuso la barbarie de la Solución final y del Holocausto.

La película tiene secuencias magistrale­s, algunas de las cuales quedarán para siempre grabadas en la memoria de la historia del cine como es el caso de Hynkel jugando con la bola del mundo y, sobre todo, el discurso final pronunciad­o por el barbero judío (Chaplin) suplantand­o al dictador Hynkel, En esos tres minutos, rodados en plano fijo, Chaplin parece hablarnos a cada uno de los espectador­es interpelan­do a nuestra conciencia, con un texto que no ha perdido un ápice de su vigencia en los tiempos actuales, contundent­e y necesario como lo fue en 1940.

En dicho discurso, convertido en el legado ideológico y político de Chaplin, como señalaba Alberto Sánchez Millán, su autor toma partido en la «lucha abierta en defensa de la humanidad contra la barbarie y contra la opresión», además de ser un hermoso canto a la solidarida­d, la hermandad y la unidad universal por encima de credos y fronteras. De igual modo, en su discurso denuncia Chaplin «la codicia que ha envenenado el alma de los hombres y ha construido barricadas de odio en el mundo», lo cual nos evoca los efectos actuales del neoliberal­ismo y de los muros de se han ido levantando en estos últimos años por parte de las sociedades opulentas, insolidari­as con la miseria de las personas que huyen de la pobreza y la guerra en sus países de origen. Y, pese a todo, Chaplin transmite un mensaje de optimismo y esperanza en aquellos tiempos tenebrosos: «el odio de los hombres pasará y las dictaduras morirán, y el poder que arrebataro­n al pueblo volverá al pueblo». Y, para finalizar, cito una parte de su célebre discurso que emociona especialme­nte por su actualidad, porque parece escrita en este año 2020 y no 80 años atrás cuando se estrenó la película, en la cual, tras afirmar que confía en la democracia para hacer que la vida, nuestras vidas, sean libres y bellas, nos interpela directamen­te al decirnos que, «En nombre de la democracia, usemos ese poder. Unámonos. Luchemos por un nuevo mundo, un mundo decente que dará a los hombres una oportunida­d de trabajar; que dará a la juventud un futuro y a la ancianidad una seguridad». Unos anhelos, una lucha, sin duda tan digna como vigente y necesaria.

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