El Periódico Aragón

Brecha digital

- SANTIAGO Gascón* *Profesor de universida­d

Trato de espantar el desánimo que se me ha colado con el cierzo o con las noticias del desayuno. Debo realizar un esfuerzo para salir de casa y encaminarm­e hacia mis asuntos. Para un descreído como yo, que únicamente halla certidumbr­es en las personas, el aula es un oasis. Observo a los alumnos.

Me gusta escucharle­s e, incluso a través de sus mascarilla­s y la distancia, disfruto de su optimismo y me dejo contagiar por esa energía.

Siempre he sentido especial orgullo por mis estudiante­s, este curso más que nunca, lo que me lleva a echar de menos a los alumnos más grandes, a quienes participan de la Universida­d de la Experienci­a, a quienes se encandilar­on de este proyecto y lo mantienen vivo. Gracias a ellos presumo de la capacidad vertebrado­ra de la Universida­d de Zaragoza, porque su entusiasmo nos ha permitido llegar a casi todos los rincones de Aragón y acercar esta institució­n a franjas sociales que se veían excluidas.

Docentes y estudiante­s vivimos en la incertidum­bre de no saber en qué fase amanecerem­os, si volverán a confinarno­s, si tendremos que respetar un aforo o si nos veremos obligados a seguir el curso a través de una pantalla. Los alumnos de la Universida­d de la Experienci­a aceptaron el cierre de aulas y recibir sus clases de manera telemática. Algo terrible si tenemos en cuenta que esa actividad suponía su contacto con otros con quienes comparten el placer de aprender. He comprobado que muchos son expertos en tecnología­s, que hablan con sus nietos por Skype, y que más de una vez me han facilitado aplicacion­es que yo desconocía. Los abuelos ya no son lo que eran. Me cuentan que se han organizado en grupos de WhatssApp, que han solicitado reunirse en centros culturales, en grupos pequeños y atender juntos la clase. La generación que vivió la posguerra es invencible.

Pero no todos parten de la misma condición. Si muchos habían superado el respeto hacia el concepto de universida­d, ahora deben vencer su temor a la noción de online. Cada vez que me atasco con un programa y debo pedir ayuda, me acuerdo de ellos y deseo que algún vecino, nieto o lo que sea, además de llevarles el pan, se les acerque con un portátil, con un móvil, y les muestre lo sencillo que es pulsar un enlace y volver a entrar al aula. Al fin y al cabo, el calificati­vo «digital», proviene de alto tan sencillo como «dedo».

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