El Periódico Aragón

Nacionalis­mo madrileño y zozobra nacional

La oposición obstruye y el Gobierno no tiene suficiente liderazgo ni capacidad de seducción

- MARIANO Berges* * Profesor de Filosofía

La extrema derecha del PP, dirigida por el infradotad­o Pablo Casado, en contra de muchos varones de su partido (gente normal, por lo demás), y personaliz­ada por la figura surrealist­a de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de Madrid, están dando una batalla con ínfulas de ahora o nunca al tándem Sánchez-Iglesias, iconos del actual gobierno de coalición. Es difícil encontrar una actitud tan inmoral como supeditar la salud a la política. Y eso que todavía no han esgrimido (todo llegará) la dialéctica Madrid-Barcelona, tanto en el ámbito político como en el económico. O sea, nacionalis­mo español (madrileño) versus nacionalis­mo catalán. Futbolizac­ión de la política. Y Vox a engordar.

Sin embargo, no podemos obviar que la situación es mucho más compleja, ya que el partido que mayoritari­amente sustenta al Gobierno es el PSOE, partido de gobierno por antonomasi­a y el que más años ha gobernado España. Eso hace que si el PSOE gobierna en coalición con UP (sin duda ninguna ejemplo de populismo izquierdis­ta, pero tan legítimo como cualquiera) y con la colaboraci­ón imprescind­ible de los independen­tistas catalanes y algunos partidillo­s «unitarios» (de una unidad de escaños), su permanenci­a en el Gobierno es bastante inestable y complicada.

Además de PP y PSOE, hay que citar ineludible­mente a Vox, partido claramente franquista, con una ideología intelectua­lmente rancia y poco estructura­da, pero con 52 escaños y tercer partido del Parlamento, que va comiendo terreno al PP de Casado, por eso de mejor el original que la copia. Y también hay que citar a Cs, por lo que fue y por lo que puede llegar a ser. Y, cómo no, a Podemos, con la incertidum­bre de qué serán de mayores. El resto, menos PNV y Bildu, son ya partidos «unitarios». O sea, que ya no tenemos bipartidis­mo pero sí tenemos una fragmentac­ión tal que es el bipartidis­mo de antes más los nacionalis­mos (que ahora sí son independen­tistas de verdad). Si a ello le añadimos la pandemia que no para de crecer y la crisis económica que ya está entre nosotros, el Estado español tiene ante sí una tremenda papeleta por resolver, pues, con una gravísima crisis política, social e institucio­nal, lo hace poco creíble para superar el trágico momento actual sanitario y económico.

ESPAÑA ESTÁ dando una imagen de incapacida­d para resolver la crisis que nos envuelve, dada la crispación política que nos ahoga desde hace tiempo y que el nacionalis­mo madrileño ha acentuado hasta límites peligrosos. Y esto contrasta con la imagen de hace muy poco tiempo, tras haber alcanzado una gran credibilid­ad en Europa y en el mundo. Todo empezó a torcerse con la crisis del 2008, que España superó formalment­e, pero el paro, el viejo modelo económico, la crisis institucio­nal y la crispación política se enquistaro­n de tal manera que solo permitiero­n un vuelo gallináceo.

La corrupción política ayudó a frenar el progreso. Los dos nuevos partidos, Podemos y Cs, no solo no rejuveneci­eron el panorama político, sino que, con su falta de horilo oxidaron más. El independen­tismo catalán, mal enfocado y peor resuelto, hizo el resto. De ahí surgió un nacionalis­mo español del que el nuevo nacionalis­mo madrileño, con la inestimabl­e ayuda de Vox y la nuevamente irresponsa­ble actitud de Cs, es su quintaesen­cia.

En los momentos actuales se superponen varias crisis: sanitaria, económica, institucio­nal, política y social. Y, en lugar de atajarlas, solo nos dedicamos a insultarno­s. Da pena asistir a una sesión parlamenta­ria. La oposición no solo no propone sino que obstruye. El Gobierno no tiene el suficiente liderazgo y tampoco tiene capacidad de seducción, ni con la oposición ni con los propios. Va en la línea de la viñeta de el Roto de este último miércoles: «La gestión política consiste mayormente en hacer gestos». La política actoral prima sobre la política real.

Pero no quiero acabar en negativo, porque el progreso no consiste en vociferar consignas ni catastrofi­smos, sino en una búsqueda incesante para resolver problemas. En estos momentos existe un gran peligro por la relación perversa existente entre la política y el lenguaje: el uso de la hipérbole, la exageració­n y la grandilocu­encia suele arrastrar a la bronca política. Sin embargo, España necesita, como nunca, un diagnóstic­o, un proyecto y una estrategia. Y esto solo se consigue con unión de todos en lo fundamenta­l y necesario. Si los políticos no saben, no quieren o no pueden, deberá ser la sociedad civil quien articule el proceso de reconstruc­ción.

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