¡Suspendida! Pero no repita, por favor
Se podría consultar sobre el modelo educativo a implantar a lingüistas, científicos, historiadores...
Señora Celaá y compañía, se acabó. Basta ya de tragar y tragar. Muchos profesores estamos hartos de ser constantemente ninguneados a base de órdenes y decretazos que nos restan autoridad, y lo que es peor, rebajan la calidad de la enseñanza. Todavía recuerdo la impotencia que sentí a principios de mayo de este año, cuando, tras estar trabajando más de doce horas diarias intentando que mis alumnos continuaran con su formación de la mejor forma posible, mi Gobierno autonómico publicó una orden, redactada ambigua a propósito (quizás es por deformación profesional como matemático, pero legislar oscuro a propósito me parece vil). No se podía avanzar materia y la palabra «examen» pasaba a estar vetada. Esto hizo que muchos alumnos se hastiaran de repetir conceptos ya asimilados y, además, se debía evaluar con base en la actitud positiva, el interés y el esfuerzo, pero garantizando que se hubieran adquirido las competencias y discerniendo si se habían realizado los aprendizajes, todo ello sin usar la palabra maldita. Lo pasado es historia. Muchos padres, madres y profesores particulares aprobaron; quiero decir, muchos alumnos aprobaron entregando trabajos originales. Aquellos que hicimos «tareas en tiempo real para discernir la adquisición de aprendizajes» fuimos tildados de herejes. Querer garantizar que el alumnado hubiera realizado un aprendizaje significativo como marcaba la orden era lo que había que hacer y, al mismo tiempo, lo que no había que hacer; se había convertido en la evaluación de Schrödinger. Huelga decir que como docentes conocíamos los medios de los que nuestros alumnos, en toda su diversidad, disponían. De la misma manera, éramos conscientes de su situación personal y de que nos debíamos adaptar a cada uno de ellos buscando lo mejor para su futuro, pero sin engañar a nadie. Ojalá nos lo hubieran permitido.
A su vez, quedaba feo que los alumnos repitiesen curso. Está claro que, tras las rebajas educativas covid, un alumno con 4 o 5 asignaturas suspensas, ¿cómo no iba a pasar de curso? Menos mal que las juntas docentes de cada grupo algo de talento tenemos. Repetir sale caro, suspender está mal visto y los datos quedan mal de cara a Europa. Igual el remedio no es relajar los criterios de promoción sino darle una vuelta a nuestro modelo educativo, pero por favor, no solo mirando a los países cool con un contexto y culturas distintas a las nuestras. Países en los que palabras tales como esfuerzo, constancia, adaptación, perseverancia y superación son su piedra angular también nos valen.
Fueron tiempos difíciles y hubo que improvisar. Hubo chavales que sacaron lo mejor de sí mismos y de los que nos sentimos muy orgullosos. Hubo familias que lo pasaron muy mal (situación de la que éramos conocedores porque nuestro trabajo también consiste en eso), pero hubo igualmente muchos casos de alumnos que no hicieron absolutamente nada a sabiendas de que la ley les amparaba para ello. ¿Y ahora? Toda esta normativa se suponía temporal, pero esta semana... Decretazo Celaá, en el que ya se empezaba delegando autonomía para «rebajar» los criterios de promoción y titulación (segundas rebajas Celaá). Se supone que nuestros gobiernos llevan meses haciendo los deberes (otro vocablo proveniente del averno en la enseñanza), previendo escenarios y trabajando por garantizar la igualdad, equidad, salud y calidad de la educación en estos tiempos. Sin embargo, este tipo de leyes presuponen que no lo vamos a lograr y que hay que beneficiar a alumnos que no titularían en condiciones normales, no solo en la ESO (que quien no titula por FPB se lo trabaja a pulso), sino también en Bachillerato (mucho más grave si cabe). Esta vuelve a parecer la primera de muchas otras leyes que nos irán cayendo con cuentagotas a lo largo de este curso y que irán minando todo el trabajo que los docentes desarrollamos.
Déjenme ser suspicaz, pero me da que todo esto ha venido para quedarse a través de la futura Lomloe (enésima ley educativa si llega a buen puerto). Quizás sería mucho pedir que el debate sobre la futura ley de Educación no solo se centrase en Religión sí vs Religión no, que, dicho sea de paso, debe de ser la asignatura en la que el resto debemos mirarnos, ya que los resultados de los chavales son excepcionales y cuenta actualmente igual que el resto de materias del Bachillerato. Tal vez se podría consultar qué es lo mejor para impartir sus disciplinas con éxito y qué modelo educativo tendríamos que implantar no solo a pedagogos de pedigrí que gobiernan desde las cátedras de sus facultades de Educación, sino también a lingüistas, científicos, músicos, historiadores y un largo etcétera de profesionales. Cambiarle el nombre a la ley reduciendo las exigencias y dejando gran parte del resto más o menos igual puede que no sea la solución. Lo que tengo claro es qué nota le pongo a este Gobierno (al que defendí en un inicio cual iluso) y a su ministra de Educación, pero estoy tranquilo porque, si sigue suspendiendo tan estrepitosamente, no repetirá.
*Profesor de Matemáticas