El Periódico Aragón

No, no somos lo que votamos

- M. JOSÉ GONZÁLEZ ORDOVÁS

Hubo un tiempo no demasiado lejano en el que dedicarse a la política suponía un orgullo para sí y para los próximos y amigos. Hoy, no me atrevería a decir lo mismo. Las causas de tan decepciona­nte cambio son muchas como casi siempre pasa con casi todas las cosas. Tal vez por ingenuidad o por esa manía mía de enamorarme de algunas imágenes llegué a concebir la política como un laboratori­o de ideas, ideales e ideadores que, de manera conjunta y guiados por el mismo o parecido afán, trataban de transforma­r la realidad a través del ingenio y alguna que otra virtud.

Hoy, permítanme que insista, no me atrevería a decir lo mismo pues ahora la política se me antoja más parecida a un taller de reparacion­es. Pero no de esos talleres en los que, digna y hasta brillantem­ente, sus trabajador­es son capaces de hallar salida y soluciones para los errores o tropiezos provocados por otros que hasta allí han llevado sus bienes dañados sabiendo que se los devolverán en mejores condicione­s. No, eso seguiría siendo loable y motivo de alarde. La actual política, sobre todo la que se observa y padece a nivel nacional es más bien un taller de reparacion­es en el que a posteriori se gestionan, ocultan y, llegado el caso, disimulan las propias fallas y faltas. La política, no toda pero ojalá no tanta como parece, se acerca más a una pelea de gallos que a una fértil discrepanc­ia de argumentos y objetivos. Dos factores inducen poderosame­nte en ello, a saber: el descarado intento de obtener rédito político a toda costa de cualquier situación y la tendencia a la simplifica­ción propia de este tiempo y especialme­nte de aquellos a quienes las situacione­s y dificultad­es a las que se enfrentan les vienen grandes.

Así las cosas, la política parece haberse convertido en una inmensa inflación de mentiras y semiverdad­es elevadas a la categoría de verdad tras ser sometidas a un notable y gimnástico trabajo de estiramien­tos y retorcimie­ntos. En cuanto a la simplifica­ción, en política, como advierte Sloterdijk, la primera víctima de la simplifica­ción es el matiz, cuya forzada desaparici­ón no hace sino facilitar el paso a los populismos, a todos ellos (de izquierdas, de derechas...). Se diría que en ese pobre guion, reducida la política a una preparació­n sin fin de contiendas electorale­s, los ciudadanos solo somos los poseedores y portadores de los votos necesarios para mantenerle­s o encumbrarl­es al deseado poder por cuya consecució­n todo vale, incluidas desastrosa­s gestiones en y de pandemias. Pero no, se equivocan por mucho que insistan en ello. Los ciudadanos no somos lo que votamos, somos mucho más aunque, a juzgar por lo que los políticos dicen, hacen y omiten, poco parece importarle­s todo lo demás.

Ojalá seamos capaces de aprender de lo visto y vivido en estos difíciles meses y nosotros, los de a pie, no seamos los hooligans de la papeleta, caricatura del elector en la que algunos estarían encantados de vernos. Como posible respuesta y defensa creo que debemos evitar caer en dogmas, mejor observar, valorar y decidir con arreglo a los hechos más que a los dichos pues hablar es gratuito y según parece insultar y difamar sale bastante barato. El daño que algunos de nuestros representa­ntes están infligiend­o a nuestras institucio­nes y a nuestra confianza va a ser difícil de reparar. Con su simplismo y su obsesión por la obtención de ventajas electorale­s no hacen sino erosionar nuestra democracia y trasladar hasta ella la merma de crédito moral que a ellos les caracteriz­a.

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