El Periódico Aragón

Fernando Aramburu llega a Zaragoza

- Daniel Gascón FILÓLOGO Y ESCRITOR

Cuenta Fernando Aramburu en su reciente Utilidad de las desgracias (Tusquets) cómo llegó a Zaragoza una madrugada del final del verano de 1979 para estudiar cuarto de Filología. Procedía de «Ñoñostia, como dicen algunos», iba con un amigo y les parecía que llegaban a un sitio inferior. Pasó la noche en un hostal cercano a la estación. Un vecino los acompañó hacia la universida­d: «No había duda de que nos hallábamos en territorio amigo», dice. «He conocido paisajes urbanos más hermosos que Zaragoza, con maravillas arquitectó­nicas y teatros y museos espléndido­s, todo ello afeado no obstante por una extendida atmósfera de frialdad en el trato al forastero», escribe Aramburu, que señala que «esos gestos de carácter noble» abundaron en sus tres años de residencia en la ciudad.

En su artículo aparecen los escritores Ana María Navales y Juan Domínguez Lasierra: los fue a ver y les leyó unos poemas, que a Juan no le gustaron. Habla con afecto de la universida­d y de profesores como Aurora Egido, María Antonia Martín Zorraquino (que le suspendió) y Agustín Sánchez Vidal, o de un concierto donde José Antonio Labordeta tuvo que aclarar «fruncido de ceño» que no tenía nada en contra de la jota.

En el libro recoge artículos aparecidos en El Mundo sobre la literatura, sobre el terrorismo y sus heridas, sobre escritores como Sánchez

Rosillo, Alfonsina Stormi o Ramiro Pinilla, sobre la importanci­a del humor y el juego, sobre la solidarida­d con las víctimas. Son interesant­es en sí mismos y es sugerente la relación con sus obras de ficción. El libro no incluye otro hermoso texto, Carta a la guapa, donde contaba el encuentro en un piso del barrio de San José con una estudiante alemana que se acabaría convirtien­do en su mujer.

La experienci­a zaragozana del autor de libros admirables como Fuegos con limón, Los peces de la amargura o Años lentos se intuye también en Patria (cuya solvente adaptación televisiva se ha estrenado hace poco): Nerea estudia en la ciudad; su padre, extorsiona­do por ETA, la envía para protegerla. Vive en Torrero (con una chica de Huesca) y en López Allué (con dos chicas de Teruel), se echa un novio alemán, va a fiestas en el Cerbuna, frecuenta el cine Palafox, va a la piscina de la Hípica un verano donde la temperatur­a alcanza 44 grados. El local en el que trabaja el protagonis­ta de El trompetist­a del Utopía es un garito madrileño, pero toma el nombre de un bar heavy de Luis del Valle. Alguna vez le he oído bromear: aquí estamos los de Zaragoza. Me gusta haber compartido con él profesores y algunos bares, aunque fuera en épocas distintas, y me hace ilusión imaginar que mi abuela se lo cruzó alguna vez en el mercado de la avenida Goya que sale en el libro.

@gascondani­el

En ‘Utilidad de las desgracias’, cuenta cómo llegó a la ciudad a estudiar Filología y estuvo tres años

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