Las ciudades residenciales se distancian de Donald Trump
Los ‘suburbs’, un microcosmos de EEUU y de sus cambios, son el terreno bisagra del 3-N El mensaje divisorio del mandatario ahuyenta a las mujeres moderadas e independientes
La última vez que un candidato demócrata a presidente de Estados Unidos ganó en el condado de Maricopa, en Arizona, Scottsdale ni siquiera existía como ciudad. Era 1948 y todavía no se había iniciado la transformación urbanística, demográfica, económica y social que ha acabado convirtiendo esta ciudad residencial y otras similares del área metropolitana de Phoenix en un microcosmos de Estados Unidos. También, en emblema de una de las luchas existenciales de estas elecciones presidenciales: la guerra de Donald Trump y Joe Biden, de los republicanos y los demócratas, por los suburbs y, sobre todo, por una parte fundamental de su población: las mujeres moderadas e independientes.
Hoy Scottsdale, con sus campos de golf, spas y tiendas de lujo, está llena de acomodadas mansiones y casas con piscina, pero también cada vez hay más residencias más modestas, apartamentos de alquiler y corredores comerciales con negocios típicos de la clase media. Su población mayoritariamente sigue siendo blanca, pero ya no es el 77%, sino el 58%, y cada vez es mayor el peso de latinos y minorías raciales, que se calcula que serán mayoría en el estado en el 2028. Hasta aquí se ha ido desplazando gente con alto nivel educativo y jóvenes profesionales emigrados de estados como California o Illinois, que llegan con ideologías más progresistas que el conservadurismo que había hecho de los suburbs un feudo republicano.
HACIA EL AZUL $ Los cambios vienen de atrás, pero en lo político se han acelerado desde que Trump ganó en el 2016. Ya entonces su ventaja sobre Hillary Clinton en este condado se redujo a casi la tercera parte de la que tuvo Mitt Romney sobre Barack Obama. Su retórica y sus políticas contribuyeron a que en las legislativas del 2018 triunfara aquí en la carrera al Senado una demócrata, Kyrsten Sinema. El 16% de mujeres que habían votado por el republicano en el 2016 dio su voto a la demócrata.
Ahora Scottsdale es –como todo el condado de Maricopa, que representa a gran escala la caleidoscópica transformación que también se está obrando alrededor de otras grandes urbes del sur (Dallas, Houston, Atlanta o Denver), como todo Arizona– definitivamente púrpura, el color bisagra. Y si las encuestas no se equivocan, está a punto de convertirse en azul demócrata.
Encerrado en una visión diáfana y trasnochada de los suburbs como ese reducto blanco en que las mujeres se dedican solo al hogar, Trump ha apostado por un mensaje de miedo para tratar de asegurarse su voto. Desde que se reactivaron las protestas contra la injusticia racial en EEUU, agita, en su mensaje de «ley y orden», la racista amenaza de una «invasión» de esos paraísos ficticios si ganan los demócratas y reinstauran planes antisegregacionistas de viviendas subsidiadas.
El mensaje ha calado en conservadoras como Bernadette Ellis, profesora de 24 años que estudia enfermería: en una conversación pausada demuestra comunión con el discurso de Trump y asegura que el presidente «no instila
«¿Puedo gustarles? He salvado su maldito barrio» dijo Trump
En estas áreas no hay solo mansiones, y las minorías tienen cada vez más peso
miedo, solo advierte». Pero es el mismo mensaje que ahuyenta a votantes republicanas moderadas, acostumbradas a la tolerancia y la convivencia en sus barrios, más preocupadas por la educación o la pandemia o, simplemente, por el retorno a una política más civilizada.
Trump tiene indecisas, además, a mujeres que tradicionalmente habrían sido un voto republicano. Son gente como Callie, 32 años y madre de dos hijos, que proviene de una familia de mormones. «Si pudiera, no votaría por ninguno de los dos», dice, «pero votaré». Y a la hora de hacerlo pesará, según explica, que ha evolucionado en sus creencias y que tiene «menos influencia de la familia» y un ansia porque se rebaje la tensión que, lamenta, ha hecho que estas sean «unas elecciones extremadamente cargadas en lo emocional».
Trump sabe que votos como el de Callie se le pueden escapar y si hace solo un par de meses se mostraba seguro de que las mujeres de los suburbs votarían por él, ahora les implora, casi desesperadamente. «¿Pueden hacerme un favor? ¿Puedo gustarles? He salvado su maldito barrio», decía hace unos días en un mitin.
Es un mensaje que posiblemente repetirá hoy en su sexta visita al estado y que desespera a demócratas como Kathleen, septuagenaria que, sentada en la agradable terraza de un café, confiesa que en estos cuatro años ha llorado «más de una vez» pensando en cómo «Trump está erosionando tanto progreso que se logró en los años 60 y 70 en materia racial».Robyn Runbeck, que cree que «con la irrupción del Tea Party en el 2010 se cruzó una línea y con Trump se ha entrado en un ciclo de comportamiento que es el caos». Runbeck confía en una victoria demócrata, pero es cauta tras la experiencia del 2016. «La ventaja en las encuestas de Clinton dio una falsa sensación de seguridad y acabó en una derrota que fue triste pero no una sorpresa y es completamente posible que pase otra vez», dice.