Traicionados por Trump
Obreros blancos que viven en zonas industriales en declive dan la espalda al líder republicano En Ohio, donde ganó por siete puntos en el 2016, las encuestas le auguran una sonora derrota
En los núcleos de Younsgtown y Warren la decadencia está por todas partes
El aparcamiento gigantesco sigue allí, pero donde antes aparcaban 4.500 trabajadores cada día repartidos en tres turnos, hoy crecen los cardos e impera un silencio sepulcral. Los viejos carteles de General Motors (GM) han sido reemplazados por los de Lordstown Motors, una nueva compañía que aspira a fabricar furgonetas eléctricas con una fracción de la plantilla que antes producía el Chevy Cruize y unos salarios que pocos esperan que vuelvan a repetirse. «Es increíble lo que está pasando en la zona», dijo Donald Trump hace solo unas semanas. «Es un auténtico boom». Pero en este rincón posindustrial de Ohio sus superlativos han perdido la resonancia de antaño. Este es el mismo presidente que les pidió a los trabajadores de la región que no vendieran sus casas ni se mudaran porque el empleo estaba regresando en tromba.
Dave Green hace una pausa y resopla al otro lado del teléfono. «No hizo una mierda, eso es lo que Trump hizo para evitar el cierre de la planta», dice sin morderse la lengua. En la primavera del año pasado GM apagó definitivamente las luces de su fábrica en Lordstown tras más de medio siglo operando en la región. Los pataleos del presidente en Twitter no sirvieron para nada. Como muchos otros trabajadores de la planta, Green tuvo que hacer las maletas para buscarse la vida en otra parte. Acabó en Indiana, a 650 kilómetros de su casa, reubicado en otra planta de GM, donde lleva trabajando 30 años. «No podía renunciar al seguro sanitario y otros beneficios porque tengo dos hijas. Pero ha sido muy difícil. Tuve que dejar atrás a mi familia, mis amigos y mis raíces».
CARTA AL PRESIDENTE Green vivió muy de cerca el cierre porque era el jefe sindical de United Auto Workers en la planta cuando la empresa empezó a reducir turnos y a despedir trabajadores a partir del 2018. «Le envié dos cartas al presidente diciéndole que nuestra gente había votado por él y necesitábamos ayuda». No sucedió nada. Más bien al contrario. Las promesas de Trump para eliminar los estándares de eficiencia energética impuestos por su predecesor a los coches se lo pusieron fácil a GM para interrumpir la fabricación del Cruize y concentrarse en autos más grandes y lucrativos.
«Muchos trabajadores se sienten traicionados por Trump y no volverán a votarle. Están avergonzados de haberle apoyado», afirma Green. El gigante de la automoción también cerró plantas de ensamblaje en Michigan y Maryland, al tiempo que aumentaba las importaciones desde México, el país vecino.
La debacle en Lordstown provocó un efecto domino en toda la economía de la región, ya de por sí muy depauperada tras décadas de desindustrialización. Y sirve ahora para ilustrar los problemas que enfrenta el presidente para volver a ganar en Ohio y otros estados industriales que fueron claves para su victoria en el 2016. Por entonces hubo un trasvase masivo de votos del obrero blanco, que compró sus promesas para resucitar las manufacturas y generar millones de empleos industriales.
Pero igual que sucedió con la industria del carbón, Trump tamWarren, poco ha cumplido. Durante los primeros tres años de su mandato se crearon unos 500.000 empleos en las manufacturas, según el Economics Policy Institute, a un ritmo similar que durante la presidencia de Barack Obama. Un repunte que empezó a evaporarse en el 2019 por el impacto negativo que han tenido sus guerras comerciales.
La pandemia no ha hecho más que acelerar el declive y, desde febrero, el país ha perdido 650.000 empleos en el sector. En estados como Ohio, Pensilvania, Michigan o Wisconsin las pérdidas oscilan entre los 20.000 y los 65.000 puestos de trabajo. El resultado se percibe en las encuestas. Trump va por detrás en Ohio, tras haber ganado el estado por siete puntos en el 2016. «No conozco a nadie en este sector que piense que los aranceles hayan sido beneficiosos», dice Tim Fiore, responsable de los respetados informes sobre el estado de las manufacturas que elabora el Institute for Supply Management.
En las calles de Younsgtown y las dos pequeñas capitales que rodean a la aldea de Lordstown, nada ha cambiado. La decadencia está por todas partes tras más de tres décadas de desindustrialización. En las viejas mansiones de sus barrios aristocráticos, ocupadas en su día por los barones de la industria, crece la maleza y proliferan las drogas y la prostitución. Por 5.000 dólares se puede comprar un mansión, pero habría que desguazarla entera. «Hay mucha frustración y sensación de abandono. La gente ve cómo otras zonas se hacen ricas, particularmente en la costa, y nosotros somos cada día más pobres», dice el economista de la Universidad Estatal de Youngstown Albert Sumell.
El mérito de Trump hace cuatro años estuvo en darles esperanza a estas regiones castigadas por la globalización y el libre comercio. Sus promesas para apretarle las tuercas a China y México fueron recibidas con el mismo entusiasmo que una lluvia de caramelos en el patio de un colegio. Pero no solo han dado resultados nulos o modestos, sino que han esquivado la raíz del problema.
En Lordstown y sus inmediaciones cientos de trabajadores acabaron vendiendo sus casas y se mudaron a otra parte. Justo lo contrario de lo que Trump les había pedido.