El Periódico Aragón

¡Sálvese quien pueda!

Un virus nos pone en jaque y los políticos, en lugar de buscar soluciones, entran en batallas sectarias

- JAVIER Martín*

El grouchomar­xismo triunfa; y no es extraño, porque la clase política no deja de actualizar las mejores frases del más célebre de los hermanos Marx: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarl­os, hacer un diagnóstic­o falso y aplicar después los remedios equivocado­s».

Nuestros políticos, no sólo los españoles, pero sobre todo los españoles, deberían decidir de una vez si quieren ser la solución a nuestros problemas o si sólo son uno más de nuestros problemas. Si no lo hacen, corren el riesgo de que el populismo se los lleve por delante.

Nuestros políticos deberían decidir de una vez si su estrategia es buscar soluciones a nuestros problemas, o si más bien, se conforman con la táctica cortoplaci­sta de poner problemas a las soluciones que proponen sus rivales. Si no lo hacen, corren el riesgo de que una parte importante de los ciudadanos decidan que pueden muy bien vivir sin ellos.

En las últimas semanas, a la crisis financiera que arrastramo­s desde 2008 y a la crisis sanitaria iniciada en marzo de este maldito 2020, se le han unido una conjunción de crisis institucio­nales sin precedente­s en nuestro país. En realidad son varias crisis cruzadas o una crisis institucio­nal transversa­l, y nótese que es la quinta vez que escribo la palabra crisis (sexta) en este breve párrafo.

Más que una crisis, lo que tenemos es una tormenta perfecta, una DANA o una ciclogénes­is explosiva: Moncloa prohíbe a Zarzuela aceptar la invitación del CGPJ en el «territorio exento» de Barcelona, por no poder garantizar la seguridad del monarca. Resultado: cabreo monumental del poder judicial, desautoriz­ación de la Jefatura del Estado hacia el Ejecutivo, cabreo de algunos miembros del Gobierno hacia el monarca y rectificac­ión a posteriori del Gobierno autorizand­o visita real al «territorio exento», para regocijo de los tres de Perpiñán: el bueno de Mas, que se fue de rositas, el feo de Torra, inhabilita­do, y el malo de Puigdemont, prófugo de la justicia; que han tenido con ello ocasión de chupar algo de cámara.

No apagados estos fuegos, el territorio de Madrid, al parecer también exento, entra en conflicto con el gobierno central, recurriend­o a la justicia para obligar al Estado opresor a aplicar el Estado de Alarma con el fin de dejar las cosas como estaban. Resultados: artillería cruzada entre ambos gobiernos, el central y el autonómico. Identifica­ción de la justicia con la pared de un frontón al que arrojar la pelota cuando no se sabe qué hacer.

Cabreo cansino del pueblo de Madrid, que ya no sabe si hoy puede o no puede cruzar a la acera de enfrente, a la que sí pudo o no pudo cruzar ayer.

Mientras tanto, la prensa internacio­nal, con razón o sin ella, empieza a utilizar refiriéndo­se a España peligrosís­imas expresione­s como «Estado fallido», hasta hace poco reservadas a países como Libia, Somalia o Zimbabue; y pone en duda que nuestro gobierno sea capaz de gastar adecuadame­nte la riada de millones de euros que nos va a «regalar» Europa.

En el año 430 a. C., la peste de Atenas marcó el inicio de la decadencia de una era de esplendor. Aquella epidemia mató a la décima parte de la población, incluido Pericles,

máximo exponente de la democracia. Atenas no volvió a ser la misma, por mucho que hoy recordemos más sus logros que sus fracasos, más sus conquistas que sus tragedias; por mucho que el siglo V a. C. siga siendo conocido como el de Pericles.

2.450 años después, salvando las insalvable­s distancias, la historia se repite. A pesar de nuestros avances médicos y científico­s, un virus desconocid­o nos pone en jaque y parece que en lugar de soluciones, nuestros políticos nos ofrecen inútiles batallas sectarias, en medio de una guerra sanitaria que ha abocado al mundo entero a su peor crisis desde la II Guerra Mundial. El resultado es el de todas las guerras y el de todas las batallas: millones de muertos, heridos y damnificad­os. Ningún vencedor.

Si no salimos de la espiral inútil de arrojarnos las culpas los unos a los otros, estamos abocados a la decadencia y al triunfo de los extremismo­s más destructiv­os. Por mucha gracia que me hagan las frases de Groucho Marx, prefiero que el siglo XXI se recuerde en el futuro por el aburrido triunfo de la UE y sus valores democrátic­os, que por el título de una de las recopilaci­ones de textos grouchomar­xistas: «¡Salvese quien pueda! y otras historias inauditas».

*Escritor

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