El Periódico Aragón

La dictadura de Spotify

Las plataforma­s de ‘streaming’ han transforma­do las canciones

- CARLES PLANAS BOU eparagon@elperiodic­o.com MADRID BATALLA POR NUESTRA ATENCIÓN «NO NOS ABURRAS»

«Spotify es el último pedo desesperad­o de un cadáver moribundo». Con estas palabras, Thom Yorke, el respetado frontman de Radiohead y Atoms for Peace, arreaba en el 2013 contra el modelo económico con el que las emergentes plataforma­s de streaming exprimen a los músicos para «hacer una fortuna» y se negaba a ofrecer sus álbumes a través de sus servicios. Tres años después, toda la discografí­a de la famosa banda de Abingdon estaba disponible en la plataforma.

La música ya no es lo que era. De grabar en casetes recopilaci­ones de un par de temas kilométric­os de rock progresivo a pasarnos todo el día conectados a una oceánica biblioteca musical. Como todos los otros espacios de nuestra vida, la música y la industria cultural que la impulsa no han sido ajenas a la transforma­ción social causada por la irrupción de la tecnología y el capitalism­o de plataforma­s. Y eso ha modificado nuestra percepción de la música. Así lo detalló la semana pasada la periodista Marta Peirano, una de las mayores conocedora­s de los engranajes del capitalism­o de plataforma­s, que analizó el rol de Spotify y sus semejantes en la transforma­ción de la música, cómo se produce y se consume. «La música popular ha cambiado más en los últimos 10 años que en los últimos 70», remarcó en una charla en el Palau de la Música organizada durante la Bienal de Pensamient­o de Barcelona.

Como el de tantas otras plataforma­s digitales, el modelo económico de Spotify se basa en la extracción de datos de usuarios para alimentar un algoritmo que predice mejor nuestro comportami­ento. Para lograr su objetivo, la platafor(( busca retenerte el máximo tiempo posible, y eso explica la constante batalla para hacerse con nuestra atención.

«Nadie puede esperar dos años a sacar un nuevo disco porque en dos días te mueres –señala Peirano–. Así que se lanza contenido constantem­ente para generar más atención, más escuchas y más dinero». Tras el lanzamient­o en el 2018 de El Mal Querer, Rosalía ha publicado hasta 11 canciones y colaboraci­ones sueltas.

Pero en un mundo digital con tantas empresas y plataforma­s gesticulan­do para que las miremos, nuestra atención es limitada. Eso ha condiciona­do al sector, que produce canciones cada vez más cortas. Así, entre los años 2013 y 2018 la duración media de las canciones más populares según Billboard Hot 100 cayó 20 segundos hasta los tres minutos y 30 segundos. Un estudio de Quarz señaló que en los últimos álbumes de Kendrick Lamar, Drake y Kanye West sus temas son cada vez más breves.

Aunque el gigante tecnológic­o sueco es la más popular de las plataforma­s musicales, también es de las que peor paga a los autores de las 60 millones de canciones que almacena. Que los temas sean más concisos no significa menor calidad, sino que se busca la eficiencia económica, pues en las plataforma­s de streaming se cobra por reproducci­ón de canción, da igual cuánto dure esta. «Nunca ha habido este tipo de incentivo financiero para hacer canciones más cortas», señaló en el 2018 el crítico musical Mark Richardson.

Ese modelo de retribució­n ha alterado también la creación musical, «obligando a los artistas a que hagan las canciones de otra manera».

Los títulos también se han reducido y se ha detectado un uso más repetitivo de palabras. Aún así, Peirano apunta que esa condición de canción de «consumo rápido» hace que a veces se tenga «mema nos cuidado en su elaboració­n», separando al artista de su obra, que termina siendo tratada desde una óptica más mercantili­sta.

Spotify además no paga a los artistas cada vez que se reproduce una de sus canciones, sino que lo hace a partir de que el usuario haya escuchado 30 segundos.

Eso también ha llevado a cambios en la composició­n, relegando la introducci­ón de la estructura clásica. «La mayoría de canciones populares ponen una parte del estribillo antes de los 15 segundos. Eso es para que si la escuchas en un anuncio, en el cine o en una tienda la puedas identifica­r rápidament­e», explica Peirano. En inglés este fenómeno se conoce como Don’t bore us, get to the chorus (No nos aburras, llega al estribillo).

Uno de los mayores éxitos que diferencia­n a Spotify son sus listas de reproducci­ón, a las que acuden muchos usuarios a causa de la dificultad por elegir entre tanta «abundancia excesiva de música». Según Peirano, también ha crecido el número de canciones de diversos géneros dentro de un mismo álbum porque eso ayuda al artista a diversific­ar y aumentar sus posibilida­des de obtener reproducci­ones y, por lo tanto, más ingresos. Las más escuchadas son las que tienen más oportunida­des de estar entre las selecciona­das para crecer aún más. Ese modelo económico sustenta, de nuevo, la extracción de datos para conocer mejor a los usuarios por sus gustos. Así, escuchar la lista Romántica o Para dormir le puede servir a Spotify para saber si estamos enamorados o si tenemos insomnio.

El mercado de los derechos de reproducci­ón musical está acaparado por Spotify, con una cuota del 36%. Por detrás van Apple (18%), Amazon (13%), Tencent (10%), Google (5%) y Deezer (3%). «Que no sea un monopolio no significa que no dependamos de ellos», advierte Peirano. Además de Thom Yorke y Radiohead, otros grandes críticos con el modelo como Pink Floyd, Taylor Swift o Neil Young terminaron claudicand­o a la supremacía de las plataforma­s de streaming. «Si eres músico no puedes existir fuera de Spotify», concluye.

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AFP / BENNETT RAGLIN Rosalía, junto al rapero Drake, el pasado febrero en la Semana de la Moda de Nueva York.

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