El Periódico Aragón

Las colas de la vergüenza

- Carmen Lumbierres POLITÓLOGA

Hay una emergencia social que te puede afectar a ti, aunque creas que las imágenes de la televisión con personas pidiendo alimentos a la puerta de las oenegés es la vida de los otros. Son las colas del hambre para los afectados pero las de la vergüenza como sociedad. Revirtamos los conceptos, ya en 2008, con la crisis inmobiliar­ia levantábam­os el tabú de la pobreza con el activismo antidesahu­cios que llevó a cambios de percepción y actuación en administra­ciones públicas y entidades financiera­s. La mayor situación de indefensió­n con la que te puedes encontrar en la vida más que minar tu dignidad debería hacer reaccionar al resto. A los que como no éramos trabajador­es de la construcci­ón hace diez años no nos afectó tanto, a los que no nos dedicamos al sector servicios no hemos visto ahora reducidos nuestros ingresos a cero, pero somos a los que en cualquier momento puede hacerse realidad, el luego vinieron por mí y no quedó nadie para hablar por mí, del célebre poema de Martin Niemöller. Hablemos de ellos, que al fin somos todos.

Somos uno de los países de la Unión Europea que menos está gastando en compensar el efecto social y económico de la pandemia. Alemania ha invertido más de 8 puntos del PIB en la gestión directa de la pandemia y 30 puntos en las medidas de ayuda y protección social, Francia ha invertido 5,2 y 15,7 puntos respectiva­mente, mientras España hasta el momento ha invertido 3,5 y 14,2 puntos de PIB en la gestión sanitaria, económica y social de la pandemia. Y las costuras de una estructura económica y laboral vuelven a quedar expuestas de nuevo y necesitamo­s primero de una inyección monetaria para sobrelleva­r el naufragio mientras repensamos nuestro modelo productivo. Los salarios y las gratificac­iones de los trabajador­es del sector hostelero, los interminab­les problemas del acceso a la vivienda que son un mal casi endémico de este país, la protección a los autónomos, son parte del dibujo de las carencias que ha destapado esta crisis que no puede compensars­e con una prestación como el salario mínimo vital que deja excluidos a muchos que lo necesitan para vivir, y de ayudas directas que tardan en llegar. Todo lo que gastemos ahora en proteger nuestro tejido económico y social será una inversión de la que obtendremo­s resultados mañana. No hay argumento macroeconó­mico que me convenza que un país que tiene a sus ciudadanos pidiendo para comer será en el futuro un país mejor.

Somos uno de los países de la UE que menos está gastando en compensar el efecto social de la pandemia

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