El Periódico Aragón

Independen­cia policial y política

La anormalida­d democrátic­a se extiende cuando el sistema se supedita a la política partidista

- JOSÉ MARIA Asencio Mellado*

Hemos entrado en una fase en la que los partidos políticos, incluso los que se denominan constituci­onalistas, han dejado de cuidar las formas, de disimular el uso indebido de las reglas democrátic­as. Desde que en 1985 la Ley Orgánica del Poder Judicial atribuyó, contra la norma anterior de la UCD, que los miembros judiciales fueran elegidos por Congreso y Senado, la realidad fue muy distinta. Eran los partidos políticos, fuera y al margen de las Cortes, los que negociaban y decidían, asumiendo luego cada grupo parlamenta­rio los acuerdos de sus respectiva­s formacione­s. Igual sucedía para el resto de órganos constituci­onales, el Tribunal Constituci­onal, el de Cuentas, el Defensor del Pueblo etc. Pero, hasta hace poco, disimulaba­n el fraude legal mediante la aparición pública de los portavoces parlamenta­rios.

Hoy todo ha cambiado. Ya no es necesario aparentar que a los partidos les preocupa poco o nada la ley y que ellos mandan, deciden y actúan sin más límite que su voluntad. Y así, Ábalos, sin tapujos, manifiesta sin rubor que quien negocia con el PP es el Gobierno.

Todo el mundo sabe ya que es el Poder Ejecutivo el que determina quién compone el órgano de gobierno del Poder Judicial. Que lo del Poder Legislativ­o, órgano de representa­ción de la soberanía popular que justifica esa cesión o injerencia en aquel poder, es solo palabrería. En definitiva, que la división de poderes es únicamente un adorno para el debate, pero que es superado sin esfuerzo alguno si se trata de alcanzar los objetivos proyectado­s.

En las negociacio­nes, sin cuidar mínimament­e la imagen del Poder Judicial, que importa poco o nada, así como tampoco la dignidad de jueces y magistrado­s, se interponen vetos mutuamente unos a otros, revelando con ello que los partidos exigen una suerte de sumisión de los nombrados a los que elevan al cargo. La imagen de independen­cia desaparece externamen­te contribuyé­ndose con ello a la pérdida de autoridad moral de la judicatura. Los vetos causan tanto daño como el reparto grosero de sillones en proporción a la fuerza parlamenta­ria en un sistema como el nuestro cuya base reside en atribuir el fundamento de la potestad jurisdicci­onal y la legitimaci­ón de la actividad judicial a la independen­cia, no a la voluntad popular directa o indirectam­ente conformada.

Vetar por razones jurisdicci­onales, es decir, por no compartir decisiones de los jueces en sus resolucion­es, es el paradigma del escaso respeto a la independen­cia y de la búsqueda de jueces cercanos y rechazo a los que resuelven contra cada cual. Un ataque a la imparciali­dad injustific­able y una exhibición intolerabl­e de injerencia en la función jurisdicci­onal. De Prada puede no gustar por una sentencia que condenó al PP como partícipe a título lucrativo y que se aprovechó para una moción de censura. Una mala sentencia, pero respetable y, desde luego, nunca causa para negar a un juez, por sus resolucion­es, el acceso al CGPJ. Vetar, por parte de Podemos, a

Abascal, por su intervenci­ón en el caso DINA, era esperable de este partido, pero de igual modo una inaceptabl­e extralimit­ación por parte de esta clase política que no se diferencia en muchas cosas, sobre todo en los comportami­entos más elementale­s que siempre coinciden en el fondo y en la forma. El mal, la anormalida­d democrátic­a, se extiende cuando el sistema se supedita a la política meramente partidista.

Solo así se entiende lo que pensaba nuestro presidente cuando dijo aquello de «¿quién manda en la fiscalía?»: pues el Gobierno. La pérdida de confianza en el Poder Judicial propiciada por la clase política es irremediab­le.

No soy de los que creen en la fiscalía independie­nte y en los fiscales de la misma naturaleza. La igualdad en la promoción de la legalidad exige un Ministerio Fiscal único. Y los asuntos políticos, aunque importante­s mediáticam­ente, son irrelevant­es para la sociedad en su conjunto. Hay soluciones para estos casos puntuales que no deben pasar por la modificaci­ón del sistema. La acción popular es una de ellas, no siendo muy claro, no lo tengo del todo claro, que haya que prohibirla a los partidos. Podría, en lugar de ello, someterse a condición y, especialme­nte, al pago de las consecuenc­ias económicas de sus actos en forma de costas, gastos e indemnizac­iones elevadas en caso de absolución o archivo del proceso a los querellado­s. Una responsabi­lidad objetiva derivada del uso político del proceso. Pensar que los partidos se querellan para que brille la justicia es ingenuo. Lo hacen para atacar al adversario, razón por la cual deberían pagar las consecuenc­ias de sus actos interesado­s.

A la vista de este espectácul­o bien se podría afirmar que poner bajo sospecha el modelo constituci­onal no es algo privativo ya de los partidos antisistem­a, sino de todos los que, pasito a pasito, van minándolo en sus bases sustancial­es y en su credibilid­ad.

Ojalá termine pronto este episodio y no tengamos que seguir soportando la displicenc­ia de negociador­es que no tienen claro que están sometidos a la ley, no la ley a sus intereses. Pero, una vez pase este vendrá otro. Dejo para otro día el proyecto del «sí es sí». Un bodrio inconstitu­cional y propagandí­stico de quienes creen que el BOE es el periódico del partido y el partido es la ley. A qué me sonará esto. *Catedrátic­o de Derecho Procesal

Poner bajo sospecha el modelo constituci­onal no es algo privativo ya de los partidos antisistem­a

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