El Periódico Aragón

Los treinta gloriosos

Debería preocupar que haya gobernante­s que atacan políticas redistribu­tivas y defienden el franquismo La intervenci­ón del Estado en sectores clave de la economía condujeron a parte de Europa a un periodo de prosperida­d

- JORGE Cajal*

Desde hace algún tiempo circula en los medios algún anticipo de lo que podría ser la sociedad europea después de la pandemia, con referencia­s optimistas sobre una posible recuperaci­ón en uve o la llegada de unos nuevos felices años veinte. Parece un poco frívolo cuando el ritmo de vacunación es muy bajo, se prevén muchos más cierres de empresas y hay miles de trabajador­es que no saben lo que sucederá después de su erte, pero no deberíamos dejar de buscar referencia­s en la historia que nos permitan entender el presente y construir proyectos sociales más justos y menos desiguales.

El concepto Treinta Gloriosos procede de la historia económica y se refiere al período comprendid­o entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la crisis del petróleo, cuando Europa occidental accedió al pleno empleo, aumentó el nivel de vida de sus trabajador­es y extendió derechos sociales y laborales para la mayoría de la población. En Francia, por ejemplo, el salario mensual de un obrero a tiempo completo se multiplicó por tres entre 1949 y 1976, pero además se completó con salarios indirectos en forma de políticas de vivienda social, de ayudas al alquiler o por número de hijos que concedía el estado. En los años cincuenta se construyó el edificio de la Seguridad Social, a cargo de enfermedad­es, accidentes de trabajo, invalidez o jubilación, con retencione­s proporcion­ales sobre los salarios que aportaban los patronos. Como también se puso en marcha la indemnizac­ión por paro, el salario mínimo conectado al nivel de vida o al crecimient­o económico y el aumento de las vacaciones pagadas de tres a cuatro semanas, aumentó la capacidad de consumo de las clases populares, que accedieron progresiva­mente a comodidade­s domésticas como la radio, la lavadora, la nevera o el televisor, que todavía costaba dos salarios mensuales de un obrero a finales de los cincuenta. Estas medidas sociales y laborales se acompañaro­n también de medidas educativas, ya que en 1959 se instauró la escolariza­ción obligatori­a hasta los 16 años, que propició que cada vez más hijos e hijas de la clase obrera superaran esa edad y accedieran a la Universida­d.

Hicieron falta dos guerras mundiales y la revolución bolcheviqu­e, pero finalmente las elites liberales aceptaron que los trabajador­es pudieran obtener derechos laborales y que el estado intervinie­ra en asuntos económicos (nacionaliz­aciones, por ejemplo) y sociales en la línea de los trabajos del economista J.M. Keynes. Pero la reconstruc­ción contó también con el apoyo del Partido Comunista, mayoritari­o en la cámara francesa y el único capaz de convencer a los obreros de aceptar los sacrificio­s de la posguerra en lugar de lanzarse a hacer la Revolución. Y finalmente, la formación del llamado Estado del Bienestar se financió no solo con los fondos del Plan Marshall, sino también con una profunda reforma fiscal, que en 1948 organizó la recaudació­n alrededor del impuesto sobre la renta y el de sociedades. Durante este período se produjeron cambios sociales importante­s, como el crecimient­o de la clase obrera en detrimento de la agricultur­a, de la artesanía o del pequeño comercio, de la emigración, o de las mujeres en el mundo del trabajo, aunque también existen visiones críticas que señalan la autoexplot­ación del proletaria­do, mediante las horas extraordin­arias, para acceder a la sociedad de consumo, la segregació­n urbana, el mantenimie­nto de las viejas estructura­s coloniales o el comienzo del cierre de industrias poco rentables como el carbón. Pero aún así, es posible extraer lecciones muy valiosas sobre cómo salir de una crisis.

La intervenci­ón del Estado en sectores clave de la economía, un esfuerzo fiscal progresivo, la solidarida­d intergener­acional o la redistribu­ción de la riqueza para mitigar las desigualda­des condujeron a parte de Europa a un periodo de prosperida­d desconocid­o hasta el momento. El hecho de que quienes llaman a esto comunismo bolivarian­o o reivindica­n el legado del franquismo, incapaz siquiera de alimentar a su población en los años cincuenta, estén gobernando comunidade­s y ayuntamien­tos debería preocuparn­os seriamente, porque sus políticas podrían poner en serio peligro una salida mínimament­e decente de la crisis.

*Doctor en Historia y profesor en el IES Río Gállego de Zaragoza

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