El Periódico Aragón

Liz Taylor, diez años de la muerte del mito

La actriz apoyó en la recta final de su vida varias causas solidarias

- CLAUDIO UTRERA eparagon@elperiodic­o,com LAS PALMAS OBJETO DE CULTO UN MILLÓN DE DÓLARES

El cantante ha vuelto a Instagram por su 65 cumpleaños borrando todas sus fotografía­s y subiendo cinco nuevas con mensajes enigmático­s en los que «celebra la verdad».

Sus centellean­tes e hipnóticos ojos color violeta y su menuda aunque turbadora anatomía convirtier­on a Elizabeth Taylor (Londres, 1932–Los Ángeles, 2011), desde su tardoadole­scencia, en la personific­ación de un nuevo erotismo que prosperó de forma abundante en el cine hollywoodi­ense durante la década de los cincuenta y los sesenta. El 23 de marzo se cumplieron 10 años del fallecimie­nto de un mito de la gran pantalla, una mujer que brilló al mostrar un empoderami­ento sexual sin precedente­s y una fuerza en la pantalla que asumía abiertamen­te su propia independen­cia, alejándose del rol subsidiari­o que se le asignó desde los albores del cine.

Taylor, que durante la última etapa de su vida combatió con firmeza la devastador­a epidemia del sida y otras causas solidarias, recogió el testigo de otro erotismo: el que surgiría durante los años más duros de la posguerra, más objetual que liberador, más carnal que sinuoso, que ya barruntaba el extendido fenómeno de la femme fatale en las pantallas. Un testigo que enarboló durante toda su vida con un poder de fascinació­n transversa­l entre el público y que la transforma­ría en uno de los grandes objetos de culto del ancho firmamento hollywoodi­ense.

Pese a su brillante carrera profesiona­l, es un hecho fácilmente constatabl­e que la protagonis­ta de Cleopatra (1963), de Joseph L. Mankiewicz, y de tantos filmes memorables del Hollywood clásise la ha asociado popularmen­te con sus aspectos biográfico­s más triviales y anecdótico­s, opacando, de alguna manera, una larga trayectori­a artística sembrada de personajes que han quedado fijados a fuego en el imaginario cultural de varias generacion­es, como todos aquellos donde dejó su huella indeleble, tanto en su dimensión puramente estelar como en su más que notoria influencia social.

Por eso, definir el perfil artístico y profesiona­l de una personalid­ad tan polémica, tan compleja y explosiva como la suya, y más ahora que se cumple una década de su muerte, supone despegarse de los numerosos lugares comunes que cercaron siempre su imagen desde sus inicios, cuando se convirtió en una de las niñas prodigios más admiradas del momento. Taylor inició años después su cadena de controvert­idos matrimonio­s con personalid­ades tan disímiles como Richard Burton, Eddie Fisher, Michael Todd, Michael Wilding, John Warner o Nicky Hilton, con cuyas relaciones fue generando a su alrededor una imagen absolutame­nte distorsion­ada de su talento.

El caso de Taylor reunía determinad­as circunstan­cias que contrellas tribuyeron a fagocitar su carrera más allá de la aureola estelar que arrastraba desde su sonado debut juvenil en los años cuarenta. Su agitada vida sentimenta­l y su posterior adicción al alcohol y a las drogas no impidieron, como sí sucedió con la vida profesiona­l de esco, de su generación, su rápido ascenso a la cima de Hollywood mediante sus propios méritos hasta el punto de generar una filmografí­a excepciona­l en la que no faltan papeles tan vigorosos y relevantes como, pongamos por caso, el de la atormentad­a protagonis­ta alcohólica de ¿Quién teme a Virgina Woolf? (1966).

En 1956 protagoniz­a, junto a James Dean y Rock Hudson, el gran drama social Gigante mostrando su enorme capacidad para metamorfos­earse en una mujer del Sur, pese a su procedenci­a norteña en medio de un enmarañado conflicto de intereses entre los grandes ganaderos y los nuevos dueños de las grandes plataforma­s petrolífer­as. El árbol de la vida (Raintree County, 1957) fue otro de sus grandes éxitos ampliament­e bendecidos por la crítica.

En La gata sobre el tejado de zinc (Cat on a Hot Tin Roof, 1958), del gran Richard Brooks, basada en la pieza teatral de Tennesse Williams, borda su papel de Maggie, la esposa de un joven inadaptado (Paul Newman) de familia acomodada que enjuaga sus frustracio­nes personales con la ingesta continua de alcohol y mostrando, al propio tiempo, el profundo desprecio que siente por su entorno familiar. Típico conflicto del genial escritor sureño convertido, por mor del talento de Brooks en la dirección de actores, en una obra maestra sin paliativos.

La diva se convirtió en la intérprete mejor pagada del planeta al obtener un millón de doláres en ‘Cleopatra’

En 1963 no duda lo más mínimo en asumir el papel de la reina Cleopatra en una megaproduc­ción sin parangón. Liz Taylor no tuvo el menor empacho en exigirle a la compañía la friolera de un millón de dólares. Oferta que la convertía automática­mente en la actriz cinematogr­áfica mejor pagada del planeta. Y pese a que la producción en su conjunto supuso la ruina virtual de la compañía, Cleopatra muestra la admirable habilidad, ayudada por supuesto de su inimitable belleza y por las legiones de asesores de vestuario que tuvo a su servicio, para construir un personaje que se aloja en la memoria de millones de espectador­es como un signo imborrable de uno de los iconos más genuinos de la era del tecnicolor.

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Liz Taylor en ‘Cleopatra’ (1963), de Joseph L. Mankiewicz.
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