El agua de la central de Fukushima acabará en el mar
Los 1.200 millones de litros guardados enfrían los reactores siniestrados El Gobierno japonés dice que han sido descontaminados y no son un peligro
Japón arrojará al océano más de un millón de toneladas de agua de la central nuclear de Fukushima. La decisión, tan controvertida como inaplazable, se daba por descontada desde que Tokio la airease años atrás. Su confirmación ha reavivado un debate que empieza en el nombre, agua tratada o procesada para unos y contaminada o radiactiva para otros, y continúa en la factura medioambiental. La jornada subrayó de nuevo los bandos: el sector pesquero, los ecologistas y los países vecinos a un lado, Tokio y la ciencia al otro.
Es la solución «más realista» e «inevitable», defendió ayer el primer ministro Yoshihide Suga. Su Gobierno, añadió, se afanará en acreditar la seguridad de las aguas, evitar la desinformación y reparar los daños a su reputación. Lo último se antoja quimérico.
En pocas horas había acumulado bofetadas. El plan es «extremadamente irresponsable y dañará tanto la seguridad y la salud internacionales como los intereses vitales de la gente de los países vecinos», lamentó China. Expresó también su inquietud Corea del Sur y criticó la decisión adoptada de forma unilateral. «Es difícil que la aceptemos sin información transparente ni consultas con los gobiernos de la zona», aclaró Seúl. Solo Estados Unidos, tenaz aliado de Tokio y con una tranquilizadora lejanía de Fukushima, aplaudió tanto la medida como su «transparencia».
EL SECTOR PESQUERO $ Greenpeace afeó a Japón que ignorase los derechos humanos y las leyes marítimas internacionales. La organización, que defendía el almacenaje y procesamiento de las aguas a largo plazo, lamentó que Japón optara «por la opción más barata». «La decisión no protege el medio ambiente y desatiende la gran oposición popular y las preocupaciones de los residentes de Fukushima», subrayó.
El sector pesquero y agrícola intuye el último clavo del ataúd. Un pescador septuagenario citado por la agencia Kyodo lamentaba el lunes que solo puede faenar dos días a la semana. La medida llega en vísperas de que se retome la plena actividad después de años de cuotas, análisis de radiactividad y campañas publicitarias para recuperar la confianza del consumidor. La demanda, sin embargo, apenas roza la quinta parte del volumen anterior al accidente y no es probable que el estigma de Fukushima se apague pronto.
La gestión del agua marina que enfría los tres reactores dañados es el asunto más delicado desde que el tsunami barriera el litoral 10 años atrás. Ocupa ya un millar de tanques en los aledaños de la central y, al ritmo de 140 nuevas toneladas diarias, no quedará más espacio en otoño. Tepco, la eléctrica que gestiona Fukushima, había aclarado que los planes para desmantelar la central se retrasarían si seguía apilando tanques. Se añade, además, el riesgo de fugas inadvertidas en ellos.
Del agua se han limpiado ya 62 elementos radiactivos con un avanzado sistema de procesado de líquidos. Permanece el tritio, cuya purga exige una tecnología por inventar, pero es el menos inquietante de todos. La operación no empezará hasta dentro de dos años, cuando se cumplan los 12 de vida media del isótopo. Se requieren grandes dosis de tritio para dañar al hombre y su vertido al océano resultará en 0,0000002 bequerelios por litro, según cuentas de Andrew Karam, experto en seguridad nuclear. No son mayores que los registrados cuando Fukushima funcionaba con normalidad. «Es una cantidad muchísimo más baja que la que contiene el agua que bebemos cada día», resume.
Karam ha estudiado durante cinco años la radiactividad en la fauna de la zona, y su conclusión, compartida con biólogos marinos, es que es altamente improbable que ningún animal resultara herido por las fugas de Fukushima, con la posible excepción de los que estaban en un radio de 100 o 200 metros.
«La radiactividad que emite el núcleo de un reactor es mucho más peligrosa y tiene un alcance mucho mayor en el océano que el tritio del agua que será vertida», señala Karam. «Y si las dosis del primer escenario no son peligrosas, mucho menos lo son las del segundo», concluye. Orientarse entre activistas y científicos en asuntos nucleares es un ejercicio esquizofrénico. Unos anuncian con sus potentes altavoces el apocalipsis, otros recomiendan sosiego desde la semiclandestinidad mediática, y el público, sobresaltado sin remedio cuando le hablan de radiactividad, no discrimina entre la percepción del peligro y el no peligro.
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