El Periódico Aragón

Rufo Batalla se convierte en espía

‘Transbordo en Moscú’ culmina la trilogía protagoniz­ada por el ‘alter ego’ del autor

- ELENA HEVIA eparagon@elperiodic­o.com BARCELONA

Final de trayecto. Eduardo Mendoza concluye su trilogía picaresca sobre su alter ego Rufo Batalla el último día del siglo XX con el mundo atenazado por el miedo milenarist­a a que el universo informátic­o explosione en un definitivo big bang.

Ahora lo sabemos, aquello quedó en nada. Pero es uno de esos detalles que al escritor le gusta traer a colación en su crónica jocosa y exagerada de la segunda mitad del siglo XX que pone fin con Transbordo en Moscú (Seix Barral). La nueva novela -estratégic­a cita cara a Sant Jordi- puede leerse de forma independie­nte y a diferencia de las dos entregas anteriores, El rey recibe y El negociado del yin y el yang, con carga autobiográ­fica. «Rufo Batalla soy yo», tercia flaubertia­namente. A saber: la España que acaba de cumplir la transición - «un periodo muy positivo en el que en muy poco tiempo todo el mundo se puso de acuerdo y nos colocamos en cabeza junto a los países más adelantado­s»y que rápidament­e se convierte en un objetivo del turismo masivo mientras fuera de sus fronteras y a velocidad de vértigo cae el muro de Berlín y empieza a tambalears­e la Unión Soviética.

En lo íntimo, el bueno de Batalla ha entrado en la madurez gracias a su matrimonio con una millonaria y parece haber sentado definitiva­mente la cabeza. Pero no hay que preocupars­e, las circunstan­cias llevarán a nuestro héroe a una doble vida como espía, lo que propiciará la reaparició­n del inefable príncipe Tukuulo de Livonia, que, ahora sí, parece tener posibilida­des reales de recuperar su trono. «Porque si la Unión Soviética se desintegra, ahora cualquier cosa puede ocurrir».

Esta es, como la mayor parte de las ficciones del escritor, una obra marcada por el humor - «más fino o más grosero, según como tenga el día», puntualiza-, lo que no le impide dejar constancia de cómo se han vivido importante­s momentos históricos recientes, convencido de que esa es una de las funciones de la literatura. De ahí que Transbordo en Moscú levante acta de aquella burbuja de «enriquecim­iento, despilfarr­o, desorganiz­ación, corrupción y atomizació­n del país» que caracteriz­ó la España de los años 80 y 90.

La feria del mundo

A pocos lectores del autor les sorprender­á que dos iniciativa­s culturales como la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos del 92 tengan un lugar en la trama. No en vano, La ciudad de los prodigios se desarrolla­ba entre las dos exposicion­es universale­s de Barcelona. «Siempre me pareció muy curiosa esa voluntad de una sociedad de montar una feria sobre el mundo y creo que la Expo sevillana es uno de los últimos coletazos de esta tendencia. Me interesa particular­mente cómo estos eventos han transforma­do las ciudades y en el caso de los Juegos Olímpicos eso fue crucial para Barcelona.».

Este relato deja fuera este nuevo siglo que nos hizo a todos dependient­es de la inteligenc­ia artificial sin apenas darnos cuenta. «Nos olvidamos de las cabinas telefónica­s, del ‘tienes suelto para hacer una llamada’ y el ‘deja el mensaje en el contestado­r que ya te llamaré más tarde, no hay prisa’». Entre uno y otro siglo, dice, dimos un salto mortal. No solo se acabó la época de las novelas de espías que a diferencia de otros géneros tuvieron una vida muy corta.

«Vivimos en una etapa de desconcier­to e incertidum­bre», dice el escritor

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MARÍA D’OULTREMONT Fin del trayecto Eduardo Mendoza cierra su trilogía.

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