Fueron un recital de despropósitos. López Toca no dio ni una
No. Un 3-0 no neutraliza cualquier repercusión del árbitro en el desenlace de un partido que acaba en goleada. Al menos, no fue el caso anoche en Girona, donde el Zaragoza volvió a ser maltratado por unas decisiones inconcebibles e impropias de este siglo. El VAR, esa herramienta que, aseguran, llegó para facilitar la labor a lo colegiados y suprimir de una vez sus errores graves, está resultando ser, en muchos casos, un fiasco como consecuencia de un uso negligente que, a estas alturas, ya no tiene pase. No es de recibo, no señor, que nadie sepa con certeza cuándo una mano es penalti y cuándo no. Desde luego, no lo fue la de Jair que, en el tercer minuto de juego, López Toca, de nombre José Antonio, decidió castigar con la máxima pena.
Pero tanta responsabilidad tiene el trencilla como su supuesto ayudante desde esa sala que denominan VOR, donde se instala eso que denominan VAR para que el fútbol quede libre de polémicas y debates y donde el error diáfano se persigue sin remisión. Sagués Oscoz le preguntó al otro qué había visto y, tras recibir y asimilar la respuesta, decidió que la explicación podía valer. Ni siquiera invitó a su colega a visionar la jugada. ¿Para qué? Mano, pues penalti. Que Jair llevara el brazo tatuado al resto del cuerpo y que encogiera todo su organismo a la vez para evitar cualquier contacto era poco relevante. Ante la incredulidad de los zaragocistas, incapaces de obligar al cántabro a acudir a la tele, y del resto del fútbol mundial, la pareja mantuvo su implacable juicio. Stuani ejecutó y el Zaragoza empezó a morir.
Claro que el recital se prolongó durante un buen rato más. Los primeros veinte minutos de
La responsabilidad es
Alucinados
Los primeros veinte minutos