La ‘Supermiga’ europea
Algunos clubs de fútbol han intentado proponer una competición de élite para exprimir un modelo en crisis
La mentira piadosa es tierna y el engaño malintencionado es odioso. Pero el mito es la falsedad dulcificada. O mejor dicho, se trata de un fraude con encanto. La humanidad encontró en los mitos las explicaciones que la ciencia no podía dar. El antropólogo Bronislaw Malinowski explicó que el mito pertenece al orden de las creencias. Las religiones han institucionalizado una fórmula magistral que suma mitos, cuentos y leyendas para organizar un glosario de creencias para que sus seguidores las asuman como certezas infalibles. Si a esta mezcla añadimos unas gotas de elementos creíbles, pero no comprobables históricamente, el resultado es un «alma» de destrucción masiva. Si mitificamos algo o a alguien, le dotamos de irrealidad y admiración. Las personas se convierten en personajes y éstos transforman a las personas.
El comportamiento se somete a lo que esperan los admiradores y no a la realidad de los admirados. El deporte profesional es el principal impulsor de estrellas. La televisión y las redes alimentan estas influencias. Los mitos se sirven de la aceleración comunicativa para crecer. También son víctimas de una fama tan falaz como efímera. Si es demoledor perder algo bueno, resulta frustrante la derrota, tras la desnudez de una falsedad que sustenta un decorado de realidad. Es natural que los niños y niñas tengan modelos en los que apoyarse. Necesitamos referentes, no estrellas. Un mito es una estrella con la que no cabe otra relación que la admiración, el sometimiento y la aceptación acrítica de todo cuanto haga y diga. Un referente ayuda a crecer desde una posición objetiva.
La autoestima se fortalece si somos capaces de analizar lo positivo y lo negativo para valorar, con criterio, a esa persona que nos atrae sin abducirnos. En cambio, es un mito que no admite cuestionamiento. Ni por parte del admirador ni del admirado. Que una persona sea una referencia o una estrella mítica, depende de nosotros. Se puede aprender y se debe enseñar.
El mito de san Jorge ha tenido un amplio recorrido universal. Lo que ha hecho que este hipotético santo sea patrón de Aragón pero también de Etiopía. O de la que fuera república de la URSS, Georgia. Que por algo se llama así. Menos mal que la referencia concreta ha quedado en el seno de la cultura, en concreto de los libros, gracias a Shakespeare y Cervantes.
La semana ha estado dirigida por la campaña electoral madrileña que comenzó en Murcia. La capital se ha convertido en un Ayusero negro, del que no pueden escapar ni la luz, ni la inteligencia. El tiempo se ha curvado, de una forma tan centrípeta, que nos lleva cada día de visita obligada a la Puerta del Sol. Se me ocurrió asomarme al debate electoral del miércoles. Los ultras a lo suyo. Se mezclan mentiras, mitos y fobias y sobra para ser noticia y robar votos al PP. La presidenta, inamovible como líder de la oposición a Sánchez. La izquierda apela a la participación. Necesita más votantes que votos para sumar una alternativa. Luego está el morbo de ver tocar las urnas, juntos por vez, a Ciudadanos. Un grupo mítico que triunfó hace dos años. Llegados a este punto, o me dejan votar en Madrid o me dejan disfrutar tranquilo este puente en Zaragoza. Esto es un sinvivir y yo quiero convivir. En Aragón ha sido reelegido Daniel Alastuey como secretario general de la UGT. Estuvo acompañado de Pepe Álvarez, su máximo responsable a nivel nacional. La conexión con la izquierda en la Moncloa debe ser compatible con la defensa del empleo y los derechos laborales. Javier Lambán aprovechó para anunciar el comienzo de la negociación para la subida salarial, que pactó con los sindicatos de la función pública. Veremos.
El otro tema de la semana ha tenido mucha miga. Algunos clubs de fútbol han intentado proponer una competición de élite para exprimir un modelo en crisis: la Supermiga europea. El fútbol profesional se ha convertido en negocio. De momento, la batalla la gana la Premier frente al resto de potentados. Pero, a quienes nos apasiona, también vemos en el balompié un arte en el que no todo se puede comprar. Si en nutrición triunfa la real food, disfrutemos en el césped del real fútbol. Los dueños de este negocio se han apoderado de los míticos becerros de oro que representan a tantas estrellas de este juego. Pero el arte, la empatía y el sentimiento, pertenecen a los aficionados, que somos su referencia.
Por cierto, zaragocistas, el fútbol también puede ser cooperativo y solidario. Ahí sigue el club alemán St. Pauli.
*Psicólogo y escritor