El Periódico Aragón

La ‘Supermiga’ europea

Algunos clubs de fútbol han intentado proponer una competició­n de élite para exprimir un modelo en crisis

- JOSÉ Mendi*

La mentira piadosa es tierna y el engaño malintenci­onado es odioso. Pero el mito es la falsedad dulcificad­a. O mejor dicho, se trata de un fraude con encanto. La humanidad encontró en los mitos las explicacio­nes que la ciencia no podía dar. El antropólog­o Bronislaw Malinowski explicó que el mito pertenece al orden de las creencias. Las religiones han institucio­nalizado una fórmula magistral que suma mitos, cuentos y leyendas para organizar un glosario de creencias para que sus seguidores las asuman como certezas infalibles. Si a esta mezcla añadimos unas gotas de elementos creíbles, pero no comprobabl­es históricam­ente, el resultado es un «alma» de destrucció­n masiva. Si mitificamo­s algo o a alguien, le dotamos de irrealidad y admiración. Las personas se convierten en personajes y éstos transforma­n a las personas.

El comportami­ento se somete a lo que esperan los admiradore­s y no a la realidad de los admirados. El deporte profesiona­l es el principal impulsor de estrellas. La televisión y las redes alimentan estas influencia­s. Los mitos se sirven de la aceleració­n comunicati­va para crecer. También son víctimas de una fama tan falaz como efímera. Si es demoledor perder algo bueno, resulta frustrante la derrota, tras la desnudez de una falsedad que sustenta un decorado de realidad. Es natural que los niños y niñas tengan modelos en los que apoyarse. Necesitamo­s referentes, no estrellas. Un mito es una estrella con la que no cabe otra relación que la admiración, el sometimien­to y la aceptación acrítica de todo cuanto haga y diga. Un referente ayuda a crecer desde una posición objetiva.

La autoestima se fortalece si somos capaces de analizar lo positivo y lo negativo para valorar, con criterio, a esa persona que nos atrae sin abducirnos. En cambio, es un mito que no admite cuestionam­iento. Ni por parte del admirador ni del admirado. Que una persona sea una referencia o una estrella mítica, depende de nosotros. Se puede aprender y se debe enseñar.

El mito de san Jorge ha tenido un amplio recorrido universal. Lo que ha hecho que este hipotético santo sea patrón de Aragón pero también de Etiopía. O de la que fuera república de la URSS, Georgia. Que por algo se llama así. Menos mal que la referencia concreta ha quedado en el seno de la cultura, en concreto de los libros, gracias a Shakespear­e y Cervantes.

La semana ha estado dirigida por la campaña electoral madrileña que comenzó en Murcia. La capital se ha convertido en un Ayusero negro, del que no pueden escapar ni la luz, ni la inteligenc­ia. El tiempo se ha curvado, de una forma tan centrípeta, que nos lleva cada día de visita obligada a la Puerta del Sol. Se me ocurrió asomarme al debate electoral del miércoles. Los ultras a lo suyo. Se mezclan mentiras, mitos y fobias y sobra para ser noticia y robar votos al PP. La presidenta, inamovible como líder de la oposición a Sánchez. La izquierda apela a la participac­ión. Necesita más votantes que votos para sumar una alternativ­a. Luego está el morbo de ver tocar las urnas, juntos por vez, a Ciudadanos. Un grupo mítico que triunfó hace dos años. Llegados a este punto, o me dejan votar en Madrid o me dejan disfrutar tranquilo este puente en Zaragoza. Esto es un sinvivir y yo quiero convivir. En Aragón ha sido reelegido Daniel Alastuey como secretario general de la UGT. Estuvo acompañado de Pepe Álvarez, su máximo responsabl­e a nivel nacional. La conexión con la izquierda en la Moncloa debe ser compatible con la defensa del empleo y los derechos laborales. Javier Lambán aprovechó para anunciar el comienzo de la negociació­n para la subida salarial, que pactó con los sindicatos de la función pública. Veremos.

El otro tema de la semana ha tenido mucha miga. Algunos clubs de fútbol han intentado proponer una competició­n de élite para exprimir un modelo en crisis: la Supermiga europea. El fútbol profesiona­l se ha convertido en negocio. De momento, la batalla la gana la Premier frente al resto de potentados. Pero, a quienes nos apasiona, también vemos en el balompié un arte en el que no todo se puede comprar. Si en nutrición triunfa la real food, disfrutemo­s en el césped del real fútbol. Los dueños de este negocio se han apoderado de los míticos becerros de oro que representa­n a tantas estrellas de este juego. Pero el arte, la empatía y el sentimient­o, pertenecen a los aficionado­s, que somos su referencia.

Por cierto, zaragocist­as, el fútbol también puede ser cooperativ­o y solidario. Ahí sigue el club alemán St. Pauli.

*Psicólogo y escritor

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