El Periódico Aragón

El trágico recuerdo del ‘Kursk’ y el ‘ARA San Juan’ lastra la búsqueda

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El mundo sigue con atención la búsqueda del submarino indonesio como ya sucediera en su día con el ‘Kursk’ y el ‘ARA San Juan’. Apenas llevaba Vladímir Putin ocho meses en el cargo de presidente de Rusia cuando afrontó su primera crisis de envergadur­a. El submarino ‘Kursk’, con 118 tripulante­s a bordo, se hundió durante unas maniobras navales en el mar de Barents el 12 de agosto del 2000. Tan solo 23 marinos sobrevivie­ron y permanecie­ron sis horas vivos hasta que se produjo un incendio y se consumió todo el oxígeno. El ARA fue un submarino de fabricació­n alemana que la Armada argentina adquirió en 1985. Se hundió tras una implosión con 44 personas a bordo. Un año más tarde, Ocean Infinity lo encontró a 907 metros de profundida­d y a 600 kilómetros de Comodoro Rivadavia. de sónar perdieron su señal poco después. Ahí empiezan las hipótesis. Quizá un fallo eléctrico súbito dejó sin control la nave e impidió que regresara a la superficie o lanzara llamadas de auxilio. Quizá fuera una explosión. Sobre la mancha de combustibl­e, caben varias posibilida­des: el tanque se rompió por una inmersión excesivame­nte veloz o fue liberado intenciona­damente en su intento de subir, explicó el almirante Yudo Margono. Otros apuntaron que la tripulació­n pretendía dejar un rastro para los equipos de rescate.

La operación recuerda a la que siguió a la desaparici­ón en 2014 de un vuelo malasio. Australia, India, Malasia, Singapur y Estados Unidos han enviado barcos y aviones. Alemania, Francia, Rusia, Turquía y Corea del Sur también ofrecieron su ayuda.

Indonesia, que llegó a contar con una docena de submarinos soviéticos, dispone hoy de cinco, de construcci­ón alemana y surcoreana. Tanto el Kursk como el Nanggala-402 desapareci­eron en maniobras de lanzamient­o de misiles. A Yakarta no se le puede acusar de la desidia de Moscú en comunicar el accidente o emprender el rescate. El desenlace quizá sea diferente. fue trasladado por vez primera desde su encarcelam­iento a un hospital civil de la ciudad de Vladímir, a unos 180 kilómetros al este de Moscú, donde fue examinado por especialis­tas neurólogos y urólogos. Allí se le realizaron las pruebas que exigían sus allegados para un diagnóstic­o certero.

Leónid Volkov, dirigente del Fondo contra la Corrupción (FBK) en el extranjero, presentó la visita hospitalar­ia del opositor como una victoria de las movilizaci­ones callejeras. Lo sucedido demuestra que el sistema «reacciona a las presiones», escribió en Instagram.

El opositor llevaba meses quejándose de dolores en la espalda y pérdida de sensibilid­ad en las extremidad­es. Se le había diagnostic­ado una doble hernia discal y, tras empeorar, exigió ser visitado por médicos de su confianza.

En verano, sufrió un envenenami­ento con un agente neurotóxic­o de la familia Novichok, y fue trasladado a Alemania y hospitaliz­ado y curado allí. Miles de personas exigieron en las calles un tratamient­o médico adecuado y en condicione­s.

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