El Periódico Aragón

El lenguaje de las balas

El ruido de las grandes palabras vacías que se lanzan los candidatos no permite oír otra cosa

- ANTONIO Piazuelo*

Hay que dejar claro algo desde el principio: cuando alguien recibe un sobre con cuatro balas y unas rotundas amenazas de muerte para él y su familia, amenazas que tratan de justificar con una acusación tan falsa como las que vierten cada día en las redes sociales grupos vinculados a Vox e incluso la propaganda electoral de ese partido, solo cabe condenarlo enérgicame­nte. También si se tienen dudas sobre la veracidad o la trascenden­cia de esas amenazas. No vale el recurso a la adversativ­a («condeno, pero…») y mucho menos vale arrojar sospechas sobre el amenazado, sobre todo si quien las arroja defiende posturas similares a las de los matones. Eso suena a algo así como tirar la piedra y esconder la mano.

Dicho esto, el debate político en este país (no solo en Madrid) se ha emponzoñad­o a niveles repugnante­s. Que, en plena pandemia, no se escuchen propuestas sobre sanidad pública o que, en plena crisis económica y social, no se oiga una palabra sobre medidas para atenuar el sufrimient­o de millones de familias, solo se puede calificar de disparate. No digo que no existan, digo que no se oyen. El ruido de las grandes palabras vacías que se lanzan los candidatos como si fueran balazos no permite oír otra cosa.

EL DEBATE se reduce así a comunismo o libertad, entendido el comunismo como una dictadura sembrada de gulags que, por cierto, nadie defiende, y la libertad como el derecho inalienabl­e a tomarse una caña donde y con quien nos dé la real gana, como si el covid no existiera. Palabras (o tonterías) que no apelan a la razón sino a zonas inferiores del cuerpo humano. El otro debate, fascismo o democracia, es aún más absurdo si bien se mira. Está claro a simple vista que solo una pequeña parte de los españoles elegiría lo primero y rechazaría la segunda… excepto si nuestra desacomple­jada derecha ha logrado ya que muchos identifibi­erno quen el fascismo con la libertad y la democracia con el estalinism­o. Por decirlo suavemente, cosa de locos.

Todos tienen su parte de responsabi­lidad en este sainete que puede ser trágico. Pero solo desde una equidistan­cia tan patética como la de un partido (Ciudadanos) en horas bajas tirando a subterráne­as, se puede sostener sin rubor que todos tienen la misma. La responsabi­lidad de la izquierda está en haber perdido el pulso de la calle, en haber desencanta­do a muchos de sus votantes naturales a fuerza de broncas entre ellos y de evidenciar su descarnada lucha por la hegemonía, dejando para otro momento las necesidade­s más urgentes de la población.

La de la derecha es mucho mayor. Son el PP y Ciudadanos los que han blanqueado a Vox y han alentado sus posiciones parafascis­tas sin dejar de atacar ferozmente al goque preside Pedro Sánchez, al que IDA sigue acusando de haber llegado al poder mediante una moción de censura (que ella equipara torticeram­ente a un golpe de estado) olvidando que, después de la moción, ha ganado dos elecciones consecutiv­as.

He dicho parafascis­tas y quiero detenerme en ello. Lo que encarnan Vox y una parte del PP, la que representa­n Díaz Ayuso y Pablo Casado, no es el fascismo del siglo pasado. Algunos lo han definido como trumpismo castizo y no les falta razón. Lo que propone esta gente es otra cosa, es eso que llaman ahora «democracia iliberal» y que no es más que un sistema autoritari­o y represivo para proteger al capitalism­o salvaje frente a los derechos de la población, incluidos los derechos humanos. Un sistema que salvaguard­a las formas más superficia­les de la democracia, como la famosa libertad de tomar cañas (o de ponerse hasta arriba de alcohol y otras sustancias), y se reserva el recurso al autoritari­smo si es preciso. Como

Putin, como Orban, como…

No, lo que está ocurriendo delante de nuestros ojos no es una reedición de lo que pasó en el primer tercio del siglo XX. No parece que Europa (ni Estados Unidos, como ha demostrado Biden) esté por la labor de volver a esas andadas, pero eso está lejos de tranquiliz­arme. Y no me tranquiliz­a porque lo que sí está en marcha es una siembra masiva de odio, astutament­e diseñada y patrocinad­a por grupos muy poderosos en buena parte del mundo occidental. Si quieren saber cuáles son esos grupos, piensen solamente en las brutales reduccione­s de plantilla que planean los bancos españoles y que solo las presiones del Gobierno y de la Unión Europea les han obligado a renegociar. Y, a continuaci­ón, imaginen qué presiones habría ejercido un gobierno con Casado y Abascal al frente. No hay más preguntas, señorías.

Hay quien dice que la derecha autoritari­a está ganando la batalla cultural, pero yo diría que está ganado la batalla contra la cultura. Mucha gente joven ha olvidado, pero no porque sean idiotas sino porque la izquierda no ha sabido (o le ha importado muy poco) mantener viva la memoria de lo que sucedió. Y porque la derecha ha hecho todo lo posible por tergiversa­r la verdad, fomentar el odio a la izquierda (y a los inmigrante­s, y a los homosexual­es, y…) mientras oculta los aspectos más siniestros, que son casi todos, de la dictadura que se impuso a los españoles por las armas.

Solo así puede entenderse que, como revelan las encuestas, casi el 80% de los votantes madrileños del PP prefieran a Vox como socio antes que cualquier otra opción. ¿Significa eso que nuestras libertades democrátic­as están seriamente amenazadas como en 1936? No en principio: están protegidas por la Constituci­ón. Pero sí corremos el peligro, como advertía recienteme­nte el historiado­r José Álvarez Junco, de que ese lenguaje que carga las palabras de odio y las convierte en balas provoque a mentes enloquecid­as y abra el camino a la brutalizac­ión de la política.

Atentos. Como también diría el periodista Miguel Ángel Aguilar.=

*Miembro de ATTAC Aragón

Lo que está ocurriendo delante de nuestros ojos no es una reedición de lo que pasó en el primer tercio del siglo XX

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